jueves, 15 de junio de 2017

“ EL MARC O EL HISTÓRICO PROVINCIAL DE ROSARIO”

Por Jorge Tomasini Freyre


Hace más de una década un querido ami­go, Eduardo de Oliveira Cézar, publicó un folleto titulado "Julio Marc y sus amigos del Museo". En ella hacía una reseña de la trayectoria de la Asociación de Amigos a la que con justicia Marc de­nominaba como "el pulmón" del Museo. Allí señala "que en la década del treinta integraban una tertulia semanal donde entre otras cosas se consideraba que el museo debía ser histórico y provincial. Las reuniones se efectuaban en casa del doctor Martín Freyre, y concurrían los doctores Manuel de Iriondo, Saturnino Albarracín, Domingo Barraco Mármol, Carlos de Santis, Eduardo Hertz, Adolfo Casablanca, y el arquitecto Ángel Gui­do junto a diversas personalidades más". Este grupo de personas (a las que habría . agregar otros nombres) tuvieron una importante ascendencia en los primeros rasos de las inquietudes que culmina-ron con la inauguración del Museo His­tórico. En esta oportunidad, sólo voy a referirme a la personalidad del doctor Manuel María de Iriondo. Su participa­ción en el proyecto de Julio Marc fue decisiva.
Programo una publicación extensa don­de relataré la importancia de los perso­najes mencionados, anécdotas e histo­rias desconocidas acerca del origen del museo y su desarrollo posterior. Son his­torias narradas por personas muy cerca­nas a Julio Marc y las que escuché de sus propios labios. Igualmente de apuntes y documentos que junto a la señora Lu­crecia de Oliveira Cézar de García Arias, presidenta por entonces de FADAM y autora de importantes estudios sobre colecciones antiguas de Buenos Aires, hace más de veinte años, preparamos un estudio de las principales colecciones y la biografía del fundador del museo. Tra­bajo que no fuera publicado por razones que no viene al caso comentar.
La amistad de Julio Marc y Martín Freyre resultó de una cordial relación de vecindad. Ambos residían en calle Urquiza al 1700, los edificios de los respectivos domicilios estaban enfren­tados. El hogar de Julio estaba cons­tituido por el matrimonio de Augusto Marc y Eugenia Dussarrat que procrea­ron seis hijos varones: Augusto, Alber­to, Emilio, Julio, Alfredo y Ricardo. Si algún rasgo distinguía la personalidad de Julio Marc era su simpatía singular y buen humor, condición natural que le permitía hacer amigos con facilidad. Era un conversador nato, su discurso era vivaz y chispeante. Su amigo Do­mingo Barraco solía decir, "si Julio no tiene algún interlocutor válido es capaz de ponerse a conversar con los postes de la esquina". Le fascinaba la histo­ria informal, desde los chismes de las testas coronadas de Europa, hasta los cuentos relacionados con la vida pri­vada de personajes de nuestra historia. En este punto coincidía con los gustos de Freyre, a quien le impuso el sobre­nombre de fiscal ameno y amable de la tradición rosarina. Pronto descubrieron que ambos tenían intereses culturales afines: la pasión por el coleccionismo. Se reunían en un café ubicado en la esquina noroeste de Corrientes y Urquiza, a pocos pasos del teatro Colón, juntamente con dos amigos comunes, el doctor Antonio Cafferata y el doctor Calixto Lassaga. Marc contaba que este último a veces asistía a las reuniones de mal talante, y que solamente se sol­taba luego de haberse tomado unas copitas de ginebra. Por la década de 1930 los amigos se hicieron habituales en las tertulias de la familia Freyre. Eran reu­niones informales, pero periódicas, que se realizaban en casas de familias con fines de recreación. También eran fuen­te de información y solidaridad entre ellas. Los visitantes que generalmen­te concurrían al domicilio de Freyre, ya fuese por vínculos de parentesco o lazos de amistad, pertenecían a las fa­milias de los fundadores de la ciudad. Así, es fácil recordar los nombres de Correa, Grandoli, Rodríguez Hertz, Larguía, Benegas, Nicolorich, Caffera­ta, Aldao, Paganini, Lamas, Carrasco, Giraldi, Muzzio y otros más. El tema de la historia de Rosario era un lugar común, así como los chismes del momento. Eran habituales las visitas de Eduardo Paganini y Virginia de la To­rre, gran amiga de Ada Ghione, espo­sa de Martín Freyre, que nunca olvidó el gesto de Lisandro de la Torre quien pronunció la oración fúnebre con moti­vo del fallecimiento de su padre, el doc­tor Emilio Ghione. El corrillo candente de la época era el romance de Julia La­mas Freyre y Lisandro de la Torre, los que mantenían una relación amorosa. Julia Lamas era viuda del doctor Igna­cio Firmat Muro, hija de Luis Lamas Hunt y Manuela Freyre, hermana del intendente Luis Lamas. Se hablaba por entonces de compromiso matrimonial, sin embargo, Martín, que conocía a Li­sandro, no veía en ese sentido futuro a la pareja. Lisandro no era apto para tal empresa, él "había nacido para fines más altos", como le contestó a su ma­dre, Virginia Paganini, cuando le orde­nara realizar pequeñas diligencias ves­tido de marinero, según moda común de la época. La pasión política devoró sus días y también su vida. En estas reuniones, Julio Marc cono­ció al doctor Manuel María de Iriondo, "Manucho" como era conocido popu­larmente. Congeniaron de inmediato y se trabó una relación de amistad que duró a lo largo de sus vidas. Iriondo llevaba en la sangre la vocación políti­ca, nieto por ascendencia materna de Francisco Antonio Candioti "el prínci­pe de los gauchos", primer gobernador autónomo y federal de la provincia, era hijo de Simón de Iriondo que dominó el escenario político santafesino desde la época del gobierno de Mariano Cabal hasta su muerte acaecida en 1883. Ma­nucho militaba en las filas del partido de Alem, comenzó su carrera política como secretario del doctor Bernardo de Irigoyen cuando este ocupo la go­bernación de Buenos Aires. Desempe­ñó numerosos cargos públicos y en la década de 1920 se unió a la corriente de los radicales antipersonalistas. Fue ministro de hacienda y más tarde mi­nistro de Justicia e Instrucción Pública durante el gobierno de Agustín P. Jus­to. Candidato a la vicepresidencia de la República en la fórmula encabezada por Robustiano Patrón Costas, el golpe de estado protagonizado por el grupo de militares nacionalistas el 4 de ju­nio de 1943, significó el fin de su tra­yectoria política. Iriondo estaba casa­do con Salomé Freyre Fraga, nieta del Gobernador Rosendo Fraga, y bisnieta de Estanislao López. Era hija del coro­nel Marcelino Freyre, por consiguien­te sobrina de Martín. La presencia del matrimonio Iriondo Freyre por este motivo era frecuente en Rosario. En el cementerio "El Salvador" están sepul­tados los restos de sus padres. Además, tenía una afinidad especial con la con­gregación de los padres Agustinos que administraban la parroquia de Nuestra Señora del Pilar, Patraña de la Hispani­dad, a quienes donó una imagen anti­gua de la Virgen. Según tradición per­tenecía al hogar constituido por Josefa Rodríguez del Fresno y Estanislao Ló­pez. No obstante la diferencia de ideas políticas, Martín Freyre era demócrata progresista, tenía un gran afecto por Manucho y no tanto por su sobrina a quien criticaba por su donación, pues su opinión esa imagen jamas debió salir de Santa Fe. Tuvo razón: la capiilla desapareció de la hornacina donde se exhibía y custodiaba.
El gran dilema en la vida de Julio Marc se presentó en setiembre de 1936 cuando fue nombrado director ad-honorem del museo científico de Rosario, con sec­ciones dedicadas a la historia natural, etnografía e historia. Siempre lo había perseguido la idea de crear un museo de ciencias naturales, fue un estudioso de esas disciplinas. Su entusiasmo por la observación de la fauna americana lo llevó a cultivarse en la materia, era un experto taxidermista y realizaba prác­ticas sobre este arte en particular. Su objetivo consistía en conservar embal­samadas especies en vías de extinción. En su estancia "La nueva Florida" esta­bleció un pequeño zoológico donde po­seía diversas especies, incluso monos de distintas regiones americanas. Ha­bía construido una pajarera de grandes dimensiones donde podían estudiarse ejemplares procedentes de Brasil, Para­guay y regiones de nuestro país. Por comentarios de Rubens Alies yo conocía esta historia, la que siempre despertaba mi curiosidad ya que no me parecía creíble. Sin embargo, Julio me ratificó la versión personalmente cuan­do lo visitaba en su domicilio de calle Urquiza. Me explicó que Manucho, persona culta con gran sensibilidad por las cuestiones de nuestra historia, lo había ayudado a definir el rumbo ade­cuado sobre la problemática del museo científico. La nominación de Iriondo como gobernador de la provincia signi­ficó un vuelco definitivo, ya que el apo­yo político y económico brindado por el gobernante fue el puente de oro que abrió todas las puertas. Contaba, ade­más, con el concurso del doctor Miguel Culaciati, amigo de Iriondo e intenden­te de la ciudad, que en tiempo récord realizó las gestiones necesarias para transferir los terre­nos de propiedad municipal (antigua casa-quinta de los Tiscornia) a la pro­vincia. Los conter­tulios de la familia Freyre que empu­jaban a Julio para decidirlo por la creación de un mu­seo histórico, po­dían considerarse satisfechos. Ellos también habían hecho historia. El 10 de abril de 1937 Iriondo decreta­ba la creación de esta institución museal, orgullo de todos los rosarinos. De acuerdo al relato anterior podría pensarse que a Julio le daba lo mismo crear un museo de ciencias naturales, que uno de arqueología o historia. No era así, Marc poseía una cultura e inteligencia superior. Su personalidad presentaba facetas sorprendentes. Amaba la ópera y la música: tocaba el piano con éxito interpretando a su compositor favorito Federico Chopin. No podemos deter­minar cuáles fueron las reflexiones ín­timas que lo inclinaron a crear el museo histórico, quizás la influencia del entor­no de amigos pudo ser importante, pero no definitiva. Marc, hombre de carác­ter, no se dejaba influenciar fácilmente. Era un conductor, no un conducido. El grupo de amigos ponderaba permanen­temente sus co­nocimientos e in­teligencia. Tal vez el punto esencial de su elección re­sidió en su amor por Rosario y su gente, más allá de sus inquietudes científicas y el profundo conoci­miento de nuestra historia, la exalta­ción de la ciudad y sus valores eran el norte de sus ac­ciones, y quienes lo conocimos en vida podemos dar fe de esta reali­dad. Defendía la figura de Estanis­lao López porque había contenido las ambiciones hegemónicas de Rosas, fiel intér­prete de los intereses porteños, y de Ur­quiza, que, con su política liberal, sentó las bases del asombroso crecimiento de la ciudad. Tenía profunda admiración por los "gringos" (con esta expresión Julio se refería a toda la inmigración ya fuesen genoveses, gallegos, asturianos, ingleses, franceses, etcétera) que con su fe y trabajo habían hecho de Santa Fe una poderosa provincia. Eran célebres sus discusiones con Amelia Carranza, Saturnino Albarracín y Adolfo Casablanca sobre temas históricos. Amelia Carranza, mujer muy versada quien poseía una estupenda biblioteca he­redada de su padre, el historiador Án­gel Justiniano Carranza, quien fuera el autor de un clásico sobre la historia de nuestra armada "Campañas Navales de la República Argentina 1810-1870", au­tor también de una de las monografías publicada en 1880 (la cual causó revue­lo inusitado): "El General Lavalle ante la Justicia postuma". En ella demostra­ba, con documentos irrefutables, que no se podía imputar toda le responsa­bilidad al Jefe unitario por la muerte de Dorrego. Saturnino Albarracín médico notable de la ciudad, sanjuanino aman­te de la historia cuyana, descendía por línea paterna y materna de la familia de Doña Paula Albarracín. Su padre, Juan Crisóstomo Albarracín, se había des­empañado como Ministro de Justicia durante la presidencia de Sarmiento, y su tío, el doctor Alejandro Albarra­cín, fue gobernador de San Juan (1890-1894). De modo que conocía la historia del país, no sólo por sus lecturas, sino también porque la había vivido en el seno de su hogar. Adolfo Casablanca, brillante escritor y periodista, la ima­gen del intelectual rosarino de aque­lla época, crítico de arte, sus trabajos fueron publicados por los medios más importantes del país y, particularmen­te, por "La Capital". Fue Presidente del Rotary Club Internacional, viajó por las principales capitales de Europa, Es­tados Unidos y Sudamérica. Su padre Cornelio Casablanca fue promotor de la Creación del Hospital Centenario y la Escuela de Medicina, fundador de la "Liga del Sur" más tarde candidato a vicegobernador de la provincia inte­grando la fórmula encabezada por el doctor Lisandro de la Torre. La formación historiográfica y museo-lógica de Marc era notable. Señalemos que durante años y hasta su jubilación ejerció la cátedra de Historia en el Co­legio Nacional y en la Escuela Supe­rior de Comercio. Como numismático publicó tres interesantes trabajos: "El escudo Argentino en la moneda", "La moneda colonial argentina" y "La guerra y la paz en la numismática co­lonial americana". Su interés por esta disciplina se remonta a la década de 1910. Conocemos una carta fechada el 10 de octubre de 1912, que el señor Pelleti le dirige informándole que está a la venta una colección de 16 medallas de oro, 240 de plata y otras de metal blanco o doradas hasta un total de 1400 ejemplares, advirtiéndole que dichas colecciones pueden ser adquiridas con facilidades de pago. Pero también sabe­mos que coleccionaba libros, folletos y documentos que intercambiaba con sus colegas Antonio Cafferata y Calixto Lassaga. Poseía una nutrida biblioteca particular donde era posible consultar todos los clásicos de la historiografía argentina. Solía decirme, "Si quieres entretenerte puedes leer a Vicente Fi­del López excelente historia novelada, tiene tanto colorido que hasta puedes escuchar el estrépito de los cañones en la batalla de Suipacha, pero si quieres conocer algo de historia en serio tienes que abordar a Bartolomé Mitre", sano consejo que yo seguí muchos años des­pués. Muy acertadas fueron las palabras del doctor Pablo Borras refiriéndose a los conocimientos museológicos de Ju­lio Marc: "Cuando describe los objetos, describe su historia, la propia historia del objeto y la historia de su adquisi­ción". Sobre la base de estos principios ordenó la creación del inventario his­tórico y artístico, que reunía todas las investigaciones sobre las colecciones del museo. Ignoro quiénes fueron sus autores, pero, por la calidad de sus ex­posiciones, supongo la intervención de Julio Marc, el doctor Romeo Crovetto, Félix Chaparro, Leopoldo Kanner, Ru-bens Alies y Emilio Marc. Con el fin de concretar definitivamente el guión museológico y museográfico, otro de los importantes discípulos de Marc en la dirección del Museo, el señor Jorge Martínez Díaz, me cedió tales trabajos de investigación, los cuales rindieron tributo a los iniciales coleccionistas y donantes. Convengamos que las inves­tigaciones científicas sobre las colec­ciones del museo se desarrollaron hasta el fallecimiento de Martínez Díaz. Lue­go la nueva administración del museo imprimió durante muchos años políti­cas culturales diferentes. Tengo en mi archivo privado cientos de documentos que demuestran la labor cumplida en ese sentido. El tema del guión museo-lógico y museográfico fue ampliamen­te debatido y hubo distintas posiciones. Excluyendo las muestras de las civili­zaciones precolombinas y de arte his­panoamericano que parcialmente esta­ban resueltas, ya que el doctor Alberto Arrué Gowland sostenía que era ne­cesario agregar como complemento la historia de la conquista, destacando las expediciones de Gaboto, la fundación de Asunción y su importancia como madre de las ciudades de Santa Fe y Buenos Aires. El problema se presenta­ba en las muestras relativas a la historia nacional, la exhibición abarcaba desde las invasiones inglesas hasta el derro­camiento de Rosas que finalizaba con la sala dedicada a Urquiza y los consti­tuyentes de 1853.Las salas estaban ubi­cadas siguiendo un orden cronológico y eran complementadas por muestras de la gesta sanmartiniana, Belgrano y otras que evocaban Rosario y Santa Fe. Allí se suspendía la secuencia, difí­cil de armonizar con las exposiciones aisladas de guerreros del Paraguay, Richieri mapoteca, periodismo, folklore etc. La situación se complicó más aún cuando en años posteriores se agrega­ron las importantes muestras de pla­tería, pulpería y Lisandro de la Torre que inconcientemente fueron desdibujando la planificación original. Pienso que hoy con los avances de los estudios geográficos la solución es más fácil, aunque la necesidad de espacio en los museos es permanente.
Se dijo que sería interesante avanzar en la exposición creando una muestra . relativa a la generación del 37 y el 80, abarcando el período histórico de las presidencias de Mitre, Sarmiento, Ave­llaneda y Roca cerrando el ciclo con la sanción de la ley Sáenz Peña. Marc compartía y alentaba estas ideas, pero insistía en la creación de un gran gabi­nete numismático, un salón de confe­rencias y un espacio adecuado para la biblioteca y archivo que posibilitara su consulta por los estudiosos. Quizás el proyecto del gran gabinete numismáti­co lo tomó de su colega Gustavo Barro-. cuya muestra por aquella época era considerada como la más importante del mundo. Gustavo Barroso fue nota­ble intelectual organizador y primer di­rector del Museo Histórico Nacional del Brasil inaugurado en 1922 con motivo de la celebración del Centenario de la independencia de aquel país. Sus obras que comprendían unos ocho o diez to­mos sobre las colecciones del museo nacional, eran la guía de nuestros es­tudios museológicos y museográficos.
Este tipo de museos históricos en genero existían en Europa, a excep­ción del museo Carnavalet relacionado con la historia de París. En Argentina se carecía de bibliografía específica, lo más cercano y parecido en América leí Sur era el proyecto de Barroso. Por supuesto que existían los modelos del museo histórico Nacional fundado por Adolfo Carranza, y las colecciones or­ganizadas por Enrique Udaondo en el complejo de Lujan, pero eran concep­ciones museales diferentes con respecto al pensamiento de Julio Marc. Pretendía desarrollar concordando con la historia nacional muestras simultáneas de Rosario y Santa Fe. Tampoco se le naba el impacto de la inmigración, admirador del pensamiento de Alberdi Sarmiento, sostenía enfáticamente que la Argentina moderna y sus riquezas provenían del esfuerzo y el trabajo s millones de "gringos" que entraron al país, lo que obligaba a un nuevo que de la cultura argentina distinto del legado precolombino e hispánico, había organizado una biblioteca consulta interna, útil para preparar las visitas guiadas y las referencias bibligráficas de las investigaciones sobre el patrimonio. Nos eran conocidos los trabajos de Alejandro Rosa. Humber­to Burzio. Jorge Ferrari. Enrique Peña, Rómulo de Carbia. Juan Kronfuss, Héctor Schenone. Adolfo Luis Ribera, Guillermo Furlong. José León Paga­no, Alejandro Taullard. Bonifacio del Carril, Arobson. Angel Guido, Jacinto Yaben, y tantos otros autores. Entre las iniciativas de Barroso que llamaron es­pecialmente la atención de Marc, fue el decreto que creaba el primer "Curso de Museos" destinado a capacitar téc­nicamente al personal de estas institu­ciones, bibliotecas y archivos. Esto era una cuestión de importancia, siempre se quejaba que desde los organismos oficiales le enviaban auxiliares que ni siquiera habían leído el "Grosso chico". Se refería a la obra del profesor Alfredo Grosso que en 1893 editó "Nociones de Historia Argentina" con tanto éxito que se convirtió en el manual de casi todas los colegios de segunda enseñanza en el país hasta la década de 1960. Popu­larmente era conocido como "Grosso Grande" el curso de Historia Nacional editado en 1898. De todas maneras am­bos "Grossos" estaban desterrados del museo, hasta el presente no creo que se haya conservado un solo ejemplar en su biblioteca, aunque más no fuese como una curiosidad bibliográfica. Estas in­quietudes nos llevaron a planificar bre­ves cursillos sobre temas museológicos y de conservación de bienes culturales.
Emilio Marc inventó un sistema de vi­sitas guiadas para personas discapaci­tadas, fue la primera experiencia que se realizó en los museos de nuestra ciudad. Los ambiciosos proyectos de la Dirección del museo necesitaban espacios mucho más amplios que al­bergaran las colecciones planificadas, y el edificio de Ángel Guido resultaba insuficiente para el desarrollo de tal empresa. Por el año 1962 cuando los tribunales provinciales fueron trasla­dados a su nueva sede, hacía tiempo que Julio había comenzado las ges­tiones para trasladar el museo al viejo edificio de Juan Canals. Consiguió su propósito y bajo la dirección del arqui­tecto Pasquale se iniciaron las obras so­bre calle Moreno. Pero otra institución pujaba por lograr un espacio en dicho edificio. La escuela y luego Facultad de derecho, presidida por un grupo de profesores distinguidos, reclamaban de las autoridades una urgente solución respecto a la necesidad de contar para sus actividades docentes con una sede propia. Se llegó a una transacción, la escuela ocuparía la planta baja del ala que da sobre calle córdoba y la mitad sobre moreno, quedando el resto a dis­posición del museo. Esta solución no convenció al Dr. Marc, no obstante que en el compromiso aceptado se afir­maba que la escuela sólo ocuparía el edificio por el término de cuatro años, a la espera de los trabajos que se plani­ficaban en la ciudad universitaria. Has­ta el fin de sus días luchó para que el compromiso se cumpliera puntualmen­te, horas antes de su fallecimiento im­partía instrucciones a su sobrino Vélez Marc a los fines de convocar una reu­nión con las autoridades competentes y agilizar en lo posible la meta traza­da. Fui testigo de cargo del suceso, me encontraba con familiares y amigos en la habitación de Julio internado en un sanatorio bajo la esmerada atención del doctor García Turiela. El 28 de julio de 1965 dejó de funcionar el corazón del poderoso motor de esta noble empresa cultural rosarina.
 
Bibliografía consultada
Oliveira Cézar, Eduardo. "El Dr. Marc y sus amigos del Museo" Rosario 1999
De Marco, Miguel Angel (h) "El Museo Marc un tesoro de los rosarinos "
Bolsa de Comercio de Rosario - Revista institu­cional N" 1513. Rosario 2011
Marc, Emilio "correspondencia familiar 1900-1912 Comentarios". Rosario 1980-Colección privada

Fuente: Extraído de la “Revista, su Historia y Región”. Fascículo N.º 107 – Mayo de 2012