lunes, 28 de noviembre de 2016

La hora del jazz

Por Rafael Ielpi


El auge del tango entre 1930 y 1960 (pero sobre todo desde 1940 en adelante) sería contemporáneo al de otros géneros igualmen­te aptos para el baile: el de las llamadas orquestas caracte­rísticas (que abarcaban un espectro musical que iba desde el pasodoble español a la tarantela y del fox-trot a los valsecitos criollos) y el jazz.

En rigor de verdad, las llamadas orquestas de jazz (o "la jazz", como se la llamaba popularmente para diferen­ciarla de "la típica") no eran muy diferentes en los años 30 e incluso en los comienzos de los 40, de las "característica”. También del inicio de la década del 30 serían las orquesta de jazz de Alfonso Carlino, que en 1931 actuaba en el Social Theatre, por ejemplo, o la Jazz Domínguez-Traviglia, que el mis­mo año lo hacía en el Cine La Bolsa, alternando con la or­questa de Emilio de Caro.

Mucho más definidas por el jazz serían varias de las agrupaciones posteriores, sobre todo las de Juan Pueblito y la Panamá Jazz, sucesora de la anterior, cuya dirección es­taría a cargo de un pianista y organista de reales méritos, que se radicaría, ya en los finales de la década del 50 en Es­tados Unidos, seguramente empujado por sus afinidades musicales: Alberto Lac Prugent. Ambas orquestas ten­drían características de reales pioneras y a partir de ellas es que se pro­duce la aparición de otras, en las que se reiteran en muchos casos nom­bres y apellidos de músicos y cantantes de larga vigencia en la ciudad. La separación de Pueblito, un polifacético protagonista del mundo de la música, la radio y luego de la televisión que se radicaría en Buenos Aires, permitió a Lac Prugent la formación de una excelente orquesta en la que se sucederían dos cantantes rosarinos que tendrían dilatada trayectoria: Ricardo Valdéz primero y Hugo Moyano Vargas después.

Los recuerdos de éste sirven para rescatar los avatares de esos años de éxito: "Tras una diferencia en la Panamá fazz se fueron to­dos y Lac Prugent quedó solo. El resto buscó otro pianista que lo reemplazara y formaron Los Panameños, una orquesta espectáculo que trabajó muy bien. Se llamaban así porque se vestían con tra­jes de tipo tropical: pantalones blancos y camisas floreadas conEn ese intento, el pianista logra convocar a algunos de los mú­sicos de jazz más notables de Rosario, como los hermanos Corvini, trompetistas, y el guitarrista Grande Castelli. y con ellos actúa en LT1 y otras emisoras rosarinas ante auditorios que sólo incluían a núcleos de amigos, ya que no estaba impuesta aún la presencia de público ma­sivo en los estudios. "Todo se hacía en vivo, en esa época no había pulido de los temas", recuerda Moyano Vargas. Pese a ello, aquella formación, por la cali­dad de sus músicos, es recordada entre las más calificadas de mediados de la década del 40 y su mención como Casaloma Jazz es obligada en toda cronología.

Los hermanos Franco y Albertino Corvini emprenderían sobre finales de los años 50 caminos divergentes mientras Carlos seguía integrando conjuntos locales como el de Juan Pueblito: Franco, como trompetista de una orquesta célebre, Los Lecuona Cuban Boys, con la que recorrería el mundo, y compartiendo escenarios con Dizzy Gillespie. Albertino, hacia Italia, donde terminaría integrando la or­questa estable de la RAI, como trompetista y arreglador reconocido. Santiago Tito Grande Castelli (1922-1999), por su parte, sería ade­más de un guitarrista precursor un arreglador talentoso y un maestro de varias generaciones de jóvenes interesados en el jazz. Casi en la ado­lescencia, recibe las influencias de las primeras grabaciones del legen­dario Quinteto del Hot Club de Francia de Django Reinhardt y Stephane Grappelly y decide abandonar el violín, que estudiaba desde los 7 años, para dedicarse a la guitarra.

"En esa época se enseñaba solamente música clasica, pero mi sue­ño era tocar jazz, que tanto me apasionaba, confesaría más de una vez. Entonces empecé a descubrir a Glenn Miller, por ejemplo, y como yo, fueron muchos los músicos que se decidieron a tocar jazz y a formar orquestas como «Los Dados Negros» y otras ". Orquestador de grandes bandas de jazz argentinas, como la de Víctor Buchino, e in­cluso para Estados Unidos, su pasión por conocer a fondo las necesi­dades instrumentales lo llevó a estudiar clarinete y a ser un virtuoso y exigente arreglador, sobre todo para los instrumentos de viento de distintas agrupaciones.

Los Dados Negros iba a tener asimismo su momento de po­pularidad y entre sus integrantes se contaría el saxofonista Juan Risiglione, a quien se atribuye la creación de un grupo que obtendría aún mucho mayor suceso tiempo después, a nivel internacional: Los 5 La­tinos, y la de otro conjunto de jazz rosarino: Blue Star Jazz Compe­tidoras en audiciones y programaciones radiales y en casi todas las reu­niones bailables de aquellos años serían otras dos excelentes orquestas. Una, la Rosario Serenaders, dirigida por Rosario Vicente Giosa, del que Moyano Vargas recuerda con simpatía: "Le decían el loco Giosa, porque era un baterista que hacía toda clase de excentricidades en el escenario. Era la única orquesta de jazz que conocí que actuaba con la batería adelante: era muy gracioso... "

La otra sería la Jazz Santa Mónica, cuyo conductor y arregla­dor, el pianista Abel Pizzicatti, uniría a su calidad de instrumentista la de arreglador y orquestador, que ejerciera incluso en su largo paso pos­terior por la Orquesta Sinfónica Provincial de Rosario. En la orquesta cantaría un rosarino que lograría asimismo popularidad: Enrique Gar­cía Páez.

Una nómina imprescindible de los grupos de jazz que actua­ban en forma regular en la ciudad, sobre todo en bailes y espectáculos entre 1950 y 1960, debe incluir también a la Casablanca Jazz, que en algún momento fue Casablanca Serenaders, y en la que participarían músicos calificados como Osvaldo Bisio y Mito García, que integra­rían luego Las Estrellas del ritmo, junto a Grande Castelli, una or­questa apropiada para bailes como los del Jockey Club; las de Julio Roca; Angel Mazzola; Angel Pugliese (un trompetista que llegaría a actuar en "La dolce vita" felliniana); la del pianista Fred Alex, la Jazz Maenza, la de Eduardo Rímini, la de Adolfo de los Santos, la Ha-waiana Jazz, la Jazz Jewell, la Jazz Los Mariscales, de Chito Morales o la Kelllington Jazz.

Todas ellas animando las hoy casi increíbles veladas bailables de clubes como Libertad, (Mendoza 5440), Refinería, Fortín Barra­cas (Bvard.Rondeau 1060), Cruce Alberdi (Catamarca 3538), Leña y Leña (Bvard.Rondeau 1793), Uría, Unión y Progreso (San Juan 3464), Voluntad (San Martín al 4600), Olegario V. Andrade (San Martín 4989), 27 de Febrero, Horizonte (Suipacha 1363), o en lo­cales como la Rambla de Alberdi, el Patio Mejicano (27 de Febrero y Moreno), el Patio Romano (San Martín 4253), el Sindicato de la Carne (Avda. Lucero al 400), el Estadio Norte (Avda. Alberdi y Jo­sé Ingenieros), el Dalila Club, el Castel Rojo.

Aquellas orquestas rosarinas, como Casaloma Jazz, compe­tirían duramente, desde los esce­narios de Carnaval de los grandes clubes rosarinos con sus colegas que, desde Buenos Aires, ostenta­ban una popularidad difícil de superar, como ocurría con Raúl San chez Reinoso y la Santa Paula Serenaders, con los Hawaian Serenaders de Héctor Lagna Fietta, con Ahmed Ratip y sus Cotton Piquers, .con Héctor y su Jazz o con Várela-Varelita.


Viejas fotografías de esos años muestran colmadas pistas en las que se congregaban hombres y mujeres atraídos por un fervor por el baile que se canalizaba en la austeridad del tango, coreografía no ap­ta para "pataduras" como se decía a los que tenían habilidad para cor­tes y quebradas, en el balanceo rítmico más ligero del jazz o en el entusiasmo pueblerino que despertaban las orquestas características.

Fuente: Extraído de la Revista “ Vida Cotidiana” del diario La Capital