miércoles, 24 de agosto de 2016

El futbol y la década infame



Pocos periodos de nuestra his­toria han sido tan determinan­tes como el de la década del "30. La crisis económica mundial que desató el 'jueves negro" de Wall Street (24.10.1929) hizo tamba­lear todas las estructuras del poder. En la Argentina pastoril de esos años la experiencia po­pular del gobierno de Hipólito Yrigoyen era observada con des­confianza y recelo. Unas eleccio­nes provinciales en la región cuyana - que asegurarían mayoría parlamentaria al viejo caudillo de Balvanera para sancionar su proyecto de nacionalización del petróleo- tendría no poco que ver con la decisión de una élite inte­grada por militares y civiles pa­ra derrocar al gobierno consti­tucional. Tomado el poder se le­galizó el fraude y, con él, el ma­nejo discrecional de la cosa pú­blica. Comenzaba a perfilarse lo que José Luis Torres denominó gráficamente como "la década infame". La solitaria voz de Lisandro de la Torre en el Senado, la casi suicida actitud contesta­taria de unos pocos dirigentes obreros y la acometida tremen­da aunque minoritaria de los in­tegrantes de FORJA (Scálabrini Ortiz, Jauretche, Manzi, Ortiz Pereyra, del Río, García Mellid y otros) no fueron obstáculo pa­ra que se legalizara la entrega. El país se derrumbaba y aplas­taba a las mayorías empobreci­das. Aparecían las villas mise­ria y la olla popular en Puerto Nuevo. "Eran los tiempos de los desesperados, de los ingeniosos y de las raterías", recordaría amargamente Angel Perelman. Buenos Aires se había converti­do para Raúl González Tunan en "la ciudad del hambre", mien­tras su hermano Enrique escri­bía "Camas desde un peso" y Eli­as Castelnuovo acumulaba ex­periencias para decir, años des­pués, "lo que más recuerdo es la miseria", Juan José Real anota­ba que muy pocos obreros alcan­zaban a ganar cinco pesos dia­rios, Torres recopilaba "Algunas maneras de vender la patria" y FORJA clamaba su lema: "Somos una Argentina colonial, quere­mos ser una Argentina libre". En una palabra, mientras Discépolo desgarraba su alma en cada verso. Roca, Prebisch, Leguizamón. Pinedo, etc., firmaban lo que Jauretche llamó el "estatuto legal del coloniaje" mediante el cual se entregaba al capital in­glés los transportes, el carbón, los ferrocarriles, la energía.

El fútbol, ya afianzado y consolidado como pasión popular, no podía ser ajeno a semeje desbarajuste. Esa pasión era prolijamente alimentada y exacerbada desde los grandes diarios en manos de la oligarquía, ame no se ocupaban tanto del pan pero sí mucho del circo. Los juga­dores de fútbol advirtieron pron­to su protagonismo, y exigieron, el tratamiento preferencial que por entonces monopolizaban los intérpretes del tango y las estrellas de la radiotelefonía, el teatro y la naciente industria cinematográfica. Dos países, dos estilos, dos formas de vida, que ron definidas y enfrentadas: Argentina visible y la Argentina invisible, según la definición de Eduardo Mollea, un escritor del sistema que se quedó en el sec­tor que en sus obras vitupere La Argentina visible era la minoría estentórea, superficial, elitista y acaudalada; la otra, la mayoría silenciosa, taciturna, ham- brienta y humillada. Los futbolistas -sin quererlo y sin pensarlo- formaron parte, como meros instrumentos del sistema, de la Argentina del privilegio. Pero el fútbol siempre encontró su sus­tento en la masa anónima que quedó en el otro extremo de la cuerda social. Eso lo salvó, aun­que no se pudo evitar que la co­rrupción generalizada salpica­ra también a algunos de sus pro­tagonistas. Hubo numerosos conflictos, desencuentros, deferen­cias, hasta que en 1931, recién comenzada "la década infame' el profesionalismo legalizó los pagos recibidos "en negro" y dio comienzo a otra época en el fút­bol nacional.
La historia de Rosario Central “, por Andrés Bossio.

Fuente: Extraído de la Revista “ Rosario aquí a la vuelta” Fascículo N • 2 . Autor Andrés Bossio. Abril 1991.