martes, 17 de mayo de 2016

Un hombre de ignoto pasado

Por Rafael Ielpi



Es durante el período de mayor firmeza de Galiffi como jefe máximo cuando aparece en Rosario el que pretendería sucederlo, reformulando métodos y estrategias de la sociedad delictiva para pasar de la mera extorsión y el monopolio en los mercados al crimen, el secuestro y hasta el implacable ajuste de cuentas con los viejos capos.




Aquel personaje ostentoso irrumpiría bajo el exótico nombre de Alí Ben Amar de Sharpe, aunque el verdadero, al parecer, fuera realmente Francisco Marrone (algunos lo mencionan como Morrone), se trataba de otro italiano más, aunque se declaraba francés, ganado por la subyugante seducción de ingresar a la "honorable sociedad". Su ambición era desmedida: convertirse en "capo di capi" de una organización que, para él, estaba ya a contrapelo de su similar norteamericana, cuyos métodos le parecían más contundentes, con mayores y más rápidos réditos económicos.

Una personalidad extravagante, desde la indumentaria elegante y a la moda a los anillos con exagerados brillantes en sus manos, la apropiación de un título de ingeniero argelino, con chapa de tal en el frente de su residencia de Avenida Arijón al 1000, en el Barrio Saladillo, su presencia habitual en los restaurantes de moda y la ostentación, en suma, de una riqueza que nadie podía constatar como real entonces, iban a posibilitarle algo más: su ingreso a algunos sectores de la clase alta y su casamiento .en febrero de 1932 con María Esther Amato, una joven de la sociedad rosarina cuyo apellido no tenía vinculación alguna con su homónimo mafioso. Sí la tendrían con Galiffi su padre y hermanos, al punto de ser custodios de una parte de los bienes de aquél, al producirse su obligado alejamiento del país, y terminar acusados de haberse quedado con los mismos. En la ceremonia civil, el aprendiz de "capo" aportaría otros datos igualmente improbables: su condición de soltero y dos padres de origen árabe: Niyima Bazis, siria, y Elías de Sharpe, egipcio, a los que declara como fallecidos.

En El hampa porteña, González adiciona un dato poco difundido y tal vez asimismo incomprobable sobre Sharpe: Un buen día llegó un bandido argelino; afirmaba haber sido famoso jockey en Francia y eso le permitió vincularse a Galiffi. Héctor Nicolás Zinni, por su parte, retrata con perdurable colorido su figura: Desde su cuartel general partía a distintos lugares propicios para hacer conocer su personalidad; estacionando un automóvil de precio por la mañana y otro distinto por la tarde en la puerta de las confiterías de lujo, donde bebía su aperitivo, o del restaurante de categoría, donde almorzaba y cenaba. Al hacerse el servicio de peluquería en los mejores clubes y establecimientos rosarinos, abonaba con un billete de 10 pesos, suma elevada entonces, dejando el resto al oficial, como propina, consigna el historiador rosarino.
Me acuerdo perfectamente de Chicho Chico, porque vivía en nuestro barrio, en Saladillo, y a nosotros los chicos nos mandaba a comprarle cigarrillos. íbamos a las corridas porque después nos regalaba unas monedas cuando se los traíamos. No me acuerdo bien pero me parece recordar que a veces fumaba con una boquilla y que era un tipo que siempre estaba de lo más elegante...
(Oksanich: Testimonio citado)



Crítica iba a incluir un aspecto desconocido de quien es mencionado en sus ediciones de 1933 como Abahamar D' Sharpe: sus públicas vinculaciones políticas con el gobierno rosarino: Un viejo policía nos explicó como tendía los hilos para hacer de la mafia en la provincia y especialmente en Rosario, una asociación temible y complicada. Lo pone de manifiesto en forma terminante su dinamismo. Para la alta sociedad, era el hombre mundano, el caballero expectable, ingeniero, constructor, accionista de grandes empresas comerciales extranjeras, sportsman reputado. Para sus secuaces, Don Chicho; para los que había que proteger confines aviesos, Francisco Morrone. Y es así que bajo este último nombre aparecía frente al siciliano angustiado por la situación económica desesperante, al que salvó pero ya teniéndolo bajo sus redes. A más de uno le dio dinero para que con la cantina, con la venta de verdura u otros negocios, se fueran defendiendo.

En el año 29, D' Sharpe, bajo el nombre de Francisco Morrone, consiguió de la Municipalidad de Rosario que le concediera permisos precarios para hacer circular ómnibus en determinadas líneas. Generoso, espléndido, transfería dichos permisos en condiciones favorables, afin de que se le debieran atenciones. Fue empresario de ómnibus con la única finalidad de ayudar a quien llegara a precisar su ayuda, porque hábil y perspicaz pensaba que más de un agradecido le respondería y que más tarde podría ser un elemento incondicional, decía la nota de Crítica.

Aquellos contactos, aquella rumbosidad, aquella ostentación, ocultaban el lado oscuro de Marrone: sus vinculaciones directas con la mafia, a la que soñaba comandar. Antes de eso, entre 1930 y 1932, el presunto ingeniero estaría detrás de algunos de los golpes más resonantes de la organización, que serían a la vez el umbral de su derrumbe.

Esa seguidilla tendría uno de sus picos máximos en agosto de 1931 con el secuestro de un poderoso empresario de Venado Tuerto, Florencio Andueza, al que los mafiosos trasladan al Barrio 5 Esquinas rosarino y por quien la familia paga un fabuloso rescate de 100.000 pesos.

La negativa del propio secuestrado a brindar información a la policía (pese a la certeza de ésta de que la mafia había sido la organizadora del secuestro y al conocimiento que el Jefe de Investigaciones del departamento General López, Mario Escobar Larguía, había ido acumulando acerca de los jéfes mafiosos y sus encontrados intereses y rencillas) hizo que el caso no pudiera ser resuelto oportunamente.

Andueza, cuya familia pagó religiosamente el monto exigido por los secuestradores, se atuvo también él a los clásicos códigos de silencio de la mafia, seguramente atemorizado por las represalias de ésta, y llegó incluso a radicarse un largo tiempo en Chile, a fin de evitar todo interrogatorio policial que lo obligara a aceptar el secuestro y dar indicios sobre sus captores.

Es en ese momento cuando aparece en la ciudad la mención de un invisible "Don Pepe", que es quien ha planeado el secuestro y que no es otro que el mundano Ben Sharpe o Chicho Chico, como comenzaba a conocérsele, empeñado en su batalla por el control de la "societá". Fue él quien convocó para la operación a algunos mafiosos de probada experiencia como Gerardi y Capuani y a Antonio y Víctor Micheli, Celestino Fernández, Miguel Cruzetti, Segundo Brusiilatto, todos ellos detenidos en una primera redada realizada por Escobar Larguía y en la que no faltaron algunas "flores de la mafia" como Celestina y Pierina Brusillatto, amante de uno de los Micheli, y María Paggi. L falta de colaboración de Andueza y la imposibilidad por ello de probar el secuestro, hicieron que los detenidos terminaran recuperando la libertad en poco tiempo.

Sin embargo, el descubrimiento un año más tarde, el 12 de enero de 1932, del cadáver dejos¿ Amado, abandonado en un caiíino rural entre Estación Gould yVenado Tuerto, conduciría a la policía hacía la punta del ovillo. El muerto, de origen árabe, que se contara entre los partícipes del secuestro de Andueza, había sido acribillado a balazos en el interior de su Dodge 1930 por el propio Sharpe, por reclamar su parte del botín. Santos Gerardi, que caería a su vez en prisión en 1938, daría los detalles faltantes del caso, involucrando no sólo a Chicho Chico sino develando también la intrincada trama de otro crimen mafioso, el del procurador Domingo Romano, en 1930.

Este hecho, ocurrido el 28 de junio de ese año en Corrientes y Montevideo, constituyó una sórdida historia de codicia y parentescos familiares que incluía a Luis Vivet, hijo del multimillonario José Luis Vivet, que había muerto tres años antes en Francia. La cuantiosa herencia era discutida por Luis con sus hermanos Pedro Marcelo (que había sido declarado heredero pero que moriría al poco tiempo de locura senil), María Luisa y Alicia, quienes decidieron convocar al procurador Romano para que viajara a Francia en busca de una solución al entredicho familiar, teniendo en cuenta que el profesional había manejado los intereses del millonario en vida de éste.

Romano regresa de Europa con la anulación del testamento a favor de Pedro Marcelo, lo que constituía un principio de solución. Sin embargo, los Vivet lo desautorizan, empeñados en la pugna familiar, dando comienzo de ese modo a una disputa que se generaliza ya que Romano pleitea a su vez contra ellos por lo que considera una herencia vacante, opinión que comparte el Consejo de Educación, interesado también en quedarse con parte de la misma. En diciembre de 1929, el procurador inicia el juicio y dos meses después recibe un primer anónimo, seguido de amenazas telefónicas: todo indicaba que se había puesto en marcha contra él un típico operativo mafioso.

En el mismo tendrían aparente participación tanto Luis Vivet como su apoderado Salvador Lara (casado por su parte con Georgina SolariVivet, nieta del millonario), a quien se sindicó inicialmente, aunque con endebles pruebas, como el matador de Romano. La absolución de ambos pareció condenar el asunto al cajón de los casos insolubles, pero faltaba un inesperado ingrediente: el asesinato de Luis Vivet, en 1931, apuñalado mientras caminaba por calle Córdoba rumbo a su vivienda de la esquina de Laprida y Santa Fe, a cien metros del hecho. La detención de Santos Gerardi, en 1938, permitiría armar el rompecabezas del mismo modo que lo haría con el secuestro de Andueza.

El asesinato de Romano, en definitiva, había sido instigado por Vivet, quien encargó a su amigo Ernesto Davit la contratación de los "ejecutores". Estos eran notorios miembros de la mafia rosarina: el conocido Luis Dainotto (dilecto amigo de Juan Galiffi), Capuani, Gerardi, Nuncio Cannarozzo (que eligió marginarse del asunto a tiempo) y Juan Avena, el conocido "Senza Pavura", cerebro de la operación, quien sería además el encargado de repartir los cerca de 20 mil pesos pagados por Davit por el "trabajo", y de quedarse con una parte jugosa de ese monto, convirtiéndose de peón del Mercado en próspero mayorista.

Osvaldo Aguirre, en una exhaustiva investigación periodística de casos policiales en La Capital incluye un testimonio revelador: Gabriel de Toma comprobó que en agosto de 1930, un mes después de cometido el asesinato de Romano, su peón se convirtió en dueño de dos puestos de verduras. Y en diciembre del mismo año, Senza Pavura vendió esos puestos y se transformó en mayorista de pescadería. En forma repentina se lo empezó a ver bien vestido, cambiándose de traje dos veces por día y llevando encima muchas alhajas.

Una crónica de época de La Capital, refiere que se trataba de un hombre guapo que no se dejaba llevar por delante por nadie y a raíz de esas circunstancias intervino en algunos hechos de sangre. Obtuvo después su carta de ciudadanía argentina y se entreveró con la política, llegando a contar con un buen caudal electoral en la zona de la sección 9a.

Al poco tiempo, casi todos ellos (instigadores, cómplices y el autor material de los disparos contra Romano, que unos suponían había sido Gerardi y otros Capuani) habían caído bajo la propia violencia mafiosa o muerto en la cárcel en una seguidilla macabra que castigaba drásticamente tanto el incumplimiento del código de silencio como la delación o la cooperación con la policía o la justicia. La "honorable sociedad" consumía para entonces su reinado y sus hombres, empeñada en una frenética escala delictiva.

Detrás de todo ello estaba la mano de Chicho Chico, AH Ben Amar de Sharpe o Francisco Marrone o Morrone, que desde su residencia de Saladillo se creía cada vez más instalado en lo alto de la pirámide de un poder mafioso cuyo liderazgo avizoraba' como suyo en poco tiempo, aunque para lograrlo fuera menester la eliminación de algunos de los hombres encumbrados, incluido el propio Galiffi. Sería su más funesto error.
Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame”  tomo II  editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Ediciones