viernes, 26 de febrero de 2016

LAS REUNIONES BENÉFICAS



Por Rafael Ielpi
Otra de las modas de la primera década del siglo era el tradicional de las 5 de la tarde, herencia victoriana traída a la ciudad por la colectividad británica que se instalara en Rosario, en general l orno funcionarios o altos empleados de empresas de ese origen, y adoptada en los círculos rosarinos como "de muy buen tono". Se Usaba el para las reuniones de señoras dedicadas a la beneficencia, para agasajos o como despedida a quien entraba en el terreno de las casadas.
Una noticia de 1910, por ejemplo, destaca claramente esa moda social: Despidiéndose de su vida de soltera, la señorita María Elisa Queirolo, ofrecerá un five o'clock tea a un numeroso grupo de distinguidas señoritas. Dada la figuración de la familia Queirolo en nuestros más selectos círculos sociales, es de presumir que el acto asumirá proporciones lisonjeras. Otra de abril del mismo año comunica que en el Salón Rosa de la Confitería “La Perla" tendrá lugar un té ofrecido por sus amigas a la señorita Balbina  Casalegno con motivo de despedirse de la vida de soltera, mientras por la misma época el Club Atlético del Rosario, de fundamentos británicos si los hay, hacía una costumbre del té de las 5 de la tarde para las familias que concurrían los viernes a jugar al tenis.
Del mismo modo, otra permanente excusa para concretar vela­das sociales de todo tipo (bailes, tés, cenas y almuerzos, fiestas, pic-nics, soirées, etcétera) era la beneficencia, tradicionalmente ejercida por las damas de la alta sociedad en todo el mundo, por lo menos en todo el mundo "occidental y cristiano" de esa época. Aquel ejercicio de la cari­dad se llevaba a cabo a través de instituciones que, en muchos casos, como el de Sociedad de Beneficencia porteña, no eran, como señala Sebreli, sino bastiones de la reacción social, y tenía como objeto recau­dar fondos para una serie de entidades de las llamadas "de bien público". En Rosario, el Hogar del Huérfano era una de esas institu­ciones, y lo sería por décadas.
En 1903, Rafael Barret dejaba sentada, con la contundencia pro­verbial de la prosa anarquista, su lapidaria visión de la beneficencia ejercida por las clases altas de Buenos Aires, que no difería demasiado de la que auspiciaba la burguesía mercantil rosarina: Juzguese, pues, el alcance de la corriente de beneficencia porteña, pretexto de bailes y kermesses, cuyo vano júbilo empapa de insulto la limosna. Juzgúese a una caridad que, alimentándose de loterías, se prostituye al juego, divinidad menor cuya pagoda —el Jockey Club— es el segundo hogar de todo caballero distinguido. Salvo las erogaciones estrictamente eficaces en su carácter técnico, que se refieren al servicio de hospitales, no cabe duda que por el abaratamiento de la mano de obra o por el mecanismo del azar las sumas de la beneficencia estrepitosa regre­san en silencio a las arcas de donde salen, lo que no acontecería si no intervi­niese un clero que, entre otras cosas, se dedica a colocar especifico y a bendecir los perros de los "sportmen" millonarios...
En el Centenario, esa "fiebre de la beneficencia" alcanzó increí­bles niveles, sin omitirse incluso una fiesta de cuando en cuando en el mismo Hipódromo Independencia, más allá de las condenas que se ganaban, en algunos círculos, las carreras de caballos. Como un éxito halagüeño y lisonjero se califica una reunión benéfica de 1910 en ese recinto, congregando en el lugar a numerosas familias de nuestra haute: en tribunas y palcos vimos a las familias de García González, San Martín, Tiscornia, Pinasco, Brusaferri, Olivé, Le Bas, Larrechea, Leroy du Plessis, (Casas, Benegas y otras.
Estas instituciones actuaban desde finales del siglo XIX cuando . (instituyen varias de estas "sociedades pías", como se las deno­minaba. Hacia 1900, tenían activa tarea la Sociedad Damas de la Caridad, con sede en Córdoba 1323, presidida por Corina Rodríguez de Muñoz, y que incluía en su comisión directiva a señoras de apelli­dos como Sugasti, Arijón, Correa, Granados, de Larrechea, etcétera; la Sociedad Damas de Beneficencia de Rosario, en Libertad 681, cuya presidencia ejercía Manuela O. de Hertz, con colaboradoras de no menor prosapia (Le Bas, Lejarza, Caries, Andino. Aldao); la Sociedad Damas de la Misericordia, en Comercio 671, con Manuela Posse de Ledesma al frente de la institución o la Sociedad Hijas de María, en calle Comercio 390, conducida por Josefa Grandoli.
Formando parte de la mentalidad moralista de esos años inicia­les, la Sociedad de Damas de Beneficencia —otra de las instituciones benéficas rosarinas presididas en forma alternada por señoras de las familias "de pro" de la ciudad— otorgaba anualmente los llamados "Premios a la Virtud", cuyos actos de entrega se convertían en acon­tecimientos sociales en los primeros quince años del siglo, hasta que dejaron de concederse, seguramente por otras razones que no eran la desaparición de virtuosas mujeres... En 1911, por ejemplo, el acto tuvo las proporciones suficientes como para justificar a dos oradores importantes, aunque igualmente controvertidos: monseñor Gustavo Franceschi y el nacionalista Manuel Caries, calificado con justicia como apaleador de obreros y fundador de la reaccionaria Liga Patriótica Argentina.
En marzo de 1912, los diarios comentan la perduración en la ciudad del evento conocido como "Día del Kilo", que no era otra cosa que una colecta anual a beneficio de los asilos rosarinos, en la que se pedía a la población la donación de un kilogramo de algún comestible. Las damas rosarinas participantes provenían de familias de prestigio social y poderío económico, como ocurría por lo demás en Buenos Aires aunque variasen los apellidos. Aquí se reiteraban los de Castagnino, Maidagan, Colombres, Casas Olivera, Olivé, Infante, Brandt, Daneri, Marull y otros. También por esos años tenían lugar las llamadas "Fiestas de la alcancía", que eran, como su nombre lo indica, una invocación hecha alcancía en mano por señoras, señoritas e incluso niñas de la sociedad, a la caridad y solidaridad de los rosarinos, pero especialmente a los de su propio círculo social.
   Las colectividades extranjeras, que luego se irían integrando hasta mimetizarse casi con usos, costumbres y gentes de la ciudad, mantenían en los primeros años del siglo y hasta bastante avanzada la década del 20 y parte de la del 30, una activa vinculación con Rosario a través también de distintas actividades sociales, a veces benéficas, a veces simplemente de entretenimiento y diversión. En 1916, la Asociación de Damas Francesas solía tomar al Savoy Hotel como esce­nario de sus "té-conciertos", a beneficio de alguna entidad benéfica o para recaudar fondos para su mantenimiento, que incluían concier­tos de piano, canto y una tómbola como fin de fiesta.
Las damas de ascendencia británica, esposas en su mayor parte de altos empleados o funcionarios, también protagonizaban sus vela­das benéfico-sociales, que en algunos casos tenían destinatarios y escenarios lejanos, como ocurría en 1916 con los conciertos en el mismo hotel, organizados por dichas señoras, y cuyo producido era destinado a regalos que para Navidad se enviarán a los soldados en guerra. La noticia, decía la prensa, ha despertado gran expectativa en las colecti­vidades inglesas, belga e italiana.
Las veladas sociales siempre encontraban motivo para concre­tarse, como en 1912, cuando la llegada del crucero británico "Glasgow" provocó una verdadera ola de interés en los círculos sociales por aga­sajar a los oficiales del buque. Este queda anclado unas semanas en el puerto, y oficiales y tripulantes se ven envueltos en un mar de brin­dis, comilonas y funciones teatrales: velada en el Colón, un simulacro en el Cuartel de Bomberos, donde participan los marineros ingleses; una reunión deportiva en Plaza Jewell; un almuerzo en la inevitable confitería de Ramón Cifré, ofrecido por el intendente de turno, por entonces el coronel Broquen, y otra función especial en el Colón, donde se representó The oíd bad and the beutiful babies, cuyo autor, H. C. Collins, era uno de los oficiales de a bordo del crucero de Su Majestad y seguramente ningún Shakespeare.
El río, por su parte, convocaba regularmente a otra actividad que mezclaba por partes iguales lo deportivo con lo social, aun cuando con preeminencia de lo segundo. Eran las regatas, en espe­cial las realizadas en Alberdi, que comenzaron a llevarse a cabo en los primeros años del siglo y alcanzarían mayor relevancia con la con­solidación de los clubes náuticos sobre la costa.
    En 1910, Caras y Caretas dedica un espacio al tema: Lucidísima resultó la fiesta náutica efectuada en el río Paraná, frente a la playa de Alberdi.  Sólo hubo que lamentar que, debido a la falta de tiempo, no se efectuaran las indicadas para señoritas, números esperados con el más puro interés. La playa, llena de espectadores, presentaba un aspecto bellísimo. Las familias de la mejor sociedad rosarina se habían congregado en palcos dispuestos especialmente, donde daban la nota social del día. La vieja publicación de José Sixto Álvarez pasa revista a algunos de los apellidos visibles: Las señoritas Rouillón, Sugasti y Puedo y los señores Ciro Echesortu (que al parecer era un diligente promotor de todo este tipo de eventos sociales), Alfredo J. Rouillón, Larrechea, del Solar, etc. Bastante después, en enero de 1925, la misma revista vuelve a ocuparse de Rosario al comentar una reu­nión social en el Club Remeros Alberdi, que congregara a señoritas y caballeros de la mejor sociedad rosarina.
La afición de las damas de la sociedad a este tipo de actividades deportivas como las regatas, las carreras de caballos e incluso algunos deportes que iban tomando poco a poco una popularidad que luego sería incontenible, tenía sin embargo sus inconvenientes en los años del Centenario. Una interesante nota de Monos y Monadas de ese año (la columna fija "Del Bulevar", firmada por Emma Reounardt) con­tiene una admonición a aquellas señoras y señoritas afectas a concu­rrir a esos espectáculos: Es corriente, ahora, entre las damas del boulevard, prodigar aplausos a los "sportman". Nos ha causado tristeza la comprobación de tal novedad. Acuden a ciertos circos y pistas de juego niñas de la sociedad que tributan a los jugadores del club de sus simpatías aplausos entusiastas, des­medidos pero muy gratos, porque son manos femeninas las que baten ¡taimas. Los jugadores, en lugar de hacerse acreedores a esos aplausos que la benevo­lencia de las mujeres les concede, se hacen pedantes, se pavonean en los fields...
    Por eso, porque se vuelven engreídos o incultos muchos de ellos —señala la cronista—, es que creemos contraproducente el aplauso femenino que a cualquier espíritu noble y elevado debiera llenar de sana alegría: querernos decir que se aplaude a quien no se debe... En las clásicas fiestas, en noviem­bre y marzo, millares de niñas tributan sus aplausos gentiles a los remeros y ellos los reciben como corresponde a la educación. Por eso lamentamos la prsencia de la mujer en las pruebas de sport :pero muy poco caso se ha hecho a estas protestas... Porque una cosa era aplaudir a jóvenes de su mismo abolengo social y otra muy distinta a los morochos futbolistas que Empezaban a mezclar sus gambetas junto a los descendientes de aquellos ingleses que introdujeron el juego en la ciudad...

Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame”  tomo III  editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Edicion