lunes, 20 de julio de 2015

Canti criollos



Postales proletarias del progreso
Agustina Prieto

El canto que penetró con melancolía el alma del italiano Franco Ciarlantini en la extraña fonda del puerto caló por igual el alma de los criollos desplazados por los inmigrantes y de los inmigrantes mismos, deseosos de asimilarse al país del que ya no pensaban irse. La escuela pública y la cultura de sesgo criollista popularizada por la música,  el teatro y los folletines gauchescos fueron herramientas fundamentales en la nacionalización de la sociedad cosmopolita prohijada por el puerto. “Siempre recordaré mi primera visita a Rosario de Santa Fe, no solamente por la exquisita, señorial cortesía del conde Ottavio Gloria, nuestro Cónsul en la ciudad, no solamente por la cordialidad de muchos de los

nuestros connacionales (…) sino también por las horas nocturnas pasadas en una extraña fonda cercana al Puerto, donde los sabios indican que una persona de bien no debería aventurarse sin conocer el lugar. He aquí la fonda: una informe barraca de madera, ladrillo y chapa ondulada. Suturas realizadas con grandes hojas de papel, más que todo avisos publicitarios que mezclan lo útil con lo placentero creando un efecto decorativo sobre las paredes de la barraca, un juego de colores de efecto más bien futurista. La única habitación tiene distintos niveles, como un extraño teatro retorcido por inexplicables movimientos telúricos. Luces de todo tipo, desde lamparillas eléctricas, a velas, a faroles de petróleo. El hedor de todas las tabernas de la tierra, una especie de sinfonía de olores heterogéneos que forman un ambiente pasible de toda repugnancia olfativa. Variedad de tipos: europeos de paso, europeos americanizados,

gente del lugar que mantiene las características de los indios; parejas de amantes, deracinés que esperan su destino con filosófica confianza;estibadores del puerto, adivinadoras y magos, vendedores al menudeo de objetos varios y golosinas, devoradores de grandes cantidades de pasta y flemáticos bebedores de cerveza,  gente ruidosa y violenta y figuras de inmutabilidad asiática, vendedores de diarios,  lustrabotas, contadores de historias; una farragosa exhibición de tipos de toda especie.

Tengo en la memoria sobre todo a los contadores de historias. Habían dado las tres

después de la medianoche y aparecieron en la puerta, como máscaras de un carnaval retrasado, guitarristas y cantantes de ropas vivaces con remiendos variopintos. Siento todavía los cantos de aquella noche. Cantos criollos, voces desagradables al principio,  chillonas y molestas como cuervos o más bien como el graznido de los gansos de nuestros pantanos; voces que terminan por interesar por la insistencia de ciertos ritmos, por el acoso insistente de ciertas monodias. Al principio lo asalta a uno el loco deseo de arrojar violentamente a los vagabundos por la puerta para librarse de un fastidio intolerable, después viene la curiosidad y, finalmente, el interés. Tristeza de los cantos; tristeza infinita y a la vez incomprendida: nostalgia misteriosa del que no sabe qué añora, del que sufre por incapacidad de entender la propia nostalgia.

Finaliza el canto y el pensamiento fluctúa por la Pampa interminable, sin un grupo

de árboles, sin un sonido, sin el centellar del agua, sin un trino de pájaros. Ese canto melancólico penetra, entonces, en nuestra alma y nos hace compañía y da el color y el sabor del paisaje. Se siente que eso nace del desierto y está hecho de todos los desalientos, de todas las penas, de todas las esperanzas frustradas, de todos los sueños inalcanzables. Después los cantores recomienzan: el mismo tono desesperado ycasi repugnante, pero poco a poco la misma sugestión emana de ese canto, el mismotormento, el mismo interés.”

Franco Ciarlantini: Viaggio in Argentina, Milano, Ed. Alpes, 1928.
Extraído de libro:
Ciudad de Rosario



Museo de la Ciudad



Editorial Municipal de Rosario



Ciudad de Rosario / Agustina Prieto ... [et.al.]. - 1a ed. - Rosario : Municipal de Rosario, 2010.

228 p. ; 23x18 cm.



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