lunes, 22 de diciembre de 2014

Yupanqui y Quiroga en Rosario



Por Rafael Ielpi
 
Dos menciones relacionadas con la cultura corresponden a aquellos años iniciales de la década del 20. La primera, la fundación de El Mangruyo, el 24 de febrero de 1921, como institución desti­nada a la difusión de la música y la literatura indo americana, según reza­ban los estatutos originales, redactados por un rosarino conspicuo: Estanislao Zeballos. La institución se encargaría, años más tarde, de la edición de los primeros discos de Roberto Chavero, un desco­nocido entonces que luego pasaría a ser Atahualpa Yupanqui. Se tra­taba de tres discos de pasta, que contarían con el auspicio de una yerba mate local e incluían los temas Apariencia, ha vidala del adiós, Cumbres siempre lejos, Paso de los Andes y su famoso Caminito del indio. El que luego sería creador fundamental de la música folklórica argentina actuó más de una vez en la ciudad presentado como el músico cuzqueño...
El Mangruyo editaría asimismo libros de uno de los poetas gau­chescos más conocidos, el uruguayo Romildo Risso, autor de los ver­sos de Los ejes de mi carreta, que vivió algunos años en Rosario, traba­jando en una empresa yerbatera en la que ocuparía incluso un alto cargo administrativo. La entidad nativista tenía una especie de "escuela criolla" en Alberdi, en la que se enseñaba equitación y donde, en épo­cas difíciles y según testimonios de contemporáneos de esos hechos, se llegó a dar de comer a cerca de 1000 personas.
La segunda está vinculada a quien es reconocido como nombre de inevitable mención en la historia de la literatura rioplatense: el uru­guayo Horacio Quiroga. Testimonios como los de su biógrafo Pedro Orgambide señalan la presencia del autor de Los desterrados en las calles rosarinas entre 1920 y 1922 —año de la publicación de El salvaje, Las sacrificadas y Anaconda— pero no precisamente como turista. Entre tus aventuras amorosas, escribió Orgambide, hay una que se complementa con sus hazañas deportivas como motociclista. Por un tiempo, viajó a Rosario para encontrarse con una chica que había conocido en Buenos Aires. Su raid incluye rutas de tierra, caminos barrosos, barrancas, senderos poceados que él recorre a gran velocidad. Hace en el día, entre ida y vuelta, unos 800 kms. Usa saco de cuero, bufanda, anteojos protectores. Un amigo lo encuentra después dee un viaje. Cansado, manchado de barro, la barba mojada por la lluvia, hecho una lástima...
Otros testimonios insisten en señalar el interés que una rosarina, la pintora y escritora Emilia Bertolé, una bellísima mujer, por lo demás, despertara en el ambiente intelectual de Buenos Aires en los mismos años, impactando tanto a Quiroga y a otros personajes de la cultura porteña como al poeta mendocino Alfredo R. Búfano, con quien mantendria una relación sentimental.



Por la misma época había conocido a una muchacha, que sus bió­grafos no identifican. Vivía en Rosario y Quiroga, para visitarla, solía recorrer en motocicleta los ochocientos kilómetros del viaje de ida y vuelta. Había comprado una máquina de segunda mano hacia 1918. Hasta 1924, esa máquina fue su pasión... Sus viajes a Rosario eran la ocasión de heroicas hazañas. "El aparato, a cada hoyo (siguen con­tando sus biógrafos), pegaba brincos que lo arrojaban de la montura, el barro le salpicaba las barbas, se le introducía en la boca y le ensuciaba los anteojos protectores hasta impedirle la visión, pero él no dejaba de apretar el acelerador, siendo sólo por tener un dios aparte que máquina y maquinista no quedaron por allí con las entrañas al aire... Era casi imposible reconocerlo a la vuelta bajo la capa de polvo y lodo que traía en el saco de cuero, en la bufanda, en el jockey de orejeras, en las cren­chas desgreñadas... " No se sabe qué pensaría la joven de Rosario de este Romeo mecanizado, todo cubierto de barro y agotado como un atleta de la voluntad. Lo cierto es que la relación no continuó, aunque años más tarde Quiroga utilizaría tal vez algunos elementos de la misma para un cuento, "Silvina y Montt" (1921), que contiene inte­resantes notas autobiográficas.
(Emir Rodríguez Monegal: Genio y figura de Horacio Quiroga, Eudeba, 1969)


Lo cierto es que, más allá de esa historia verídica, no quedaron otros rastros del paso de Quiroga por la ciudad (reuniones con otros escritores, actividades públicas más o menos notorias, colaboraciones contemporáneas en diarios y revistas rosarinas) que los testimonios de sus biógrafos Orgambide, Rodríguez Monegal, entre otros, y una recreación literaria de Miguel Ángel Roig en la revista Vasto Mundo, medio siglo largo después de aquel episodio de los románticos viajes del narrador.


El clamor mecánico que llega de la calle se detiene y minutos después, Horacio Quiroga entra una vez más al boliche de la Calle del Puerto. Una figura menuda y espigada, con las crenchas desgreñadas, se descubre con no poco esfuerzo detrás de la capa de lodo seco y polvo. Desde el fondo de este espantapájaros ridículo, su sonrisa triunfal y benévola avanza hada mi mesa. Quiroga lleva varias visitas a la ciudad motivadas por una muchacha (cuyo nombre la discreción me hace evitar) y desde su primer viaje ha tomado la costumbre de recalar aquí para acicalarse y reponerse con un trago... Francisco aparece junto a nosotros y palmea a Quiroga. A instancias del gallego salimos los tres a la calle para admirar la moto­cicleta del visitante. Es una máquina enorme, que mantiene el equilibrio apoyada en un sidecar. Igual que el conductor, está completamente cubierta de barro calcinado por el sol, tan fuerte a esa hora que nos obliga a regre­sar al salón... Pienso en la joven dama que lo aguarda: debe tener hace tiempo un ala cortada. Pienso más y recuerdo el desdén de su porte afec­tado en el último baile del Germania Park. Me reservo la sonrisa. En el interior del boliche, Quiroga se despide. El ronco sonido de la máquina conmociona la soledad de la siesta; comienza a subir en su motocicleta, lentamente, la calle hacia el sur. Tipo loco, dice el gallego. Fue la última vez que lo vi. Dos años después, Glusberg me trajo de Buenos Aires una edición de Los desterrados...
(Miguel Angel Roig: "Horacio Quiroga va en motocicleta al muere", en revista Vasto

Aquel año 1921 sería también el de la pavimentación asfáltica de la calle Corrientes hacia el sur, lo que la convertiría en una de las arte­rias importantes para el tránsito vehicular, entre el que se contaban los tranvías. Esa novedad atraería a los rosarinos casi tanto como otras dos noticias diferentes: la nueva intervención a la provincia de San Juan decretada por el presidente Yrigoyen, como consecuencia inmediata del asesinato del gobernador Amable Jones en el mes de noviembre, y el epílogo de un debate en el Senado Nacional que culmina con el desafuero del legislador socialista Del Valle Ibarlucea, quien moriría el 30 de agosto.
Dos acontecimientos menos dramáticos despertarían masivo interés  Rosario como en todo el mundo: la hazaña de un joven ajedrecista cubano llamado José Raúl Capablanca, quien el 16 de marzo se consagra campeón mundial de ajedrez derrotando a Emanuel Lasker, que había reinado en el juego ciencia durante más de un cuarto de siglo, y la conquista, por primera vez, del Campeonato Sudamericano de Futbol por la selección nacional, el 30 de octubre.
   Tres meses antes, el 3 de agosto, la ciudad se conmueve hondamente ante un cable de la víspera: en el "HotelVesuve" de Ñapóles, su ciudad  natal, ha muerto Enrico Caruso, a quien los amantes de la lírica recordarían cantando en La Ópera rosarina apenas cuatro años antes, cuando  su llegada a la ciudad provocó admiración, entusiasmo nostalgia en sus compatriotas. El año iba a culminar con el telón también final para un caso que concitó interés y polémicas en todo el mundo: el del múltiple asesino Landrú, una especie de moderno Barba Azul cuya condena a muerte dio término a una saga folletinesca que |los rosarinos habían seguido con la curiosidad, muchas veces morbosa, que despiertan este tipo de casos policiales.
   Otra noticia, en mayo del año siguiente señalaría el crecimiento cultural de la ciudad, en especial en el ámbito musical. El 17 de ese mes. los rosarinos se enteran de que el conocido maestro de música José de Nito, hijo del Rosario, ha sido nombrado maestro director sustituto de la orquesta del Teatro Constanzi de Roma, considerado por entonces uno de los mayores coliseos lírico-musicales de la península y el más importante de la capital italiana.
Las intendencias sucesivas, las de Juano y Rouillón, iban a contribuir al progreso ciudadano a través de algunas obras públicas que, en algunos casos, perdurarían hasta la actualidad, como la Plaza Santos Dumont, sobre las barrancas que enfrentan al Paraná en Alberdi. La construcción de un balneario municipal en la zona norte de la ciudad, ensanche de la Avenida Belgrano y el embellecimiento de la avenida costanera en la zona del actual Parque Nacional a la Bandera, y el proyecto de concreción del Jardín Botánico, se contarían entre emprendimientos oficiales más notorios de esas dos administraciones.
Una fiebre constructora que, en todo caso, se correspondería con el proyecto nacional de Marcelo T. de Alvear que promovía ese mismo año la concreción de grandes obras públicas, y con otras realizacio­nes surgidas del ámbito de las inversiones privadas de la magnitud del "Estadio Monumental", levantado en el barrio porteño de Núñez.
En febrero de 1922, sobre el final del primer mandato de Hipólito Yrigoyen, asume como gobernador mendocino Carlos Washington Lencinas. Su apellido volvería a ser más tarde otra señal de luto para el "Peludo".
Algunos avances, mientras tanto, se producían en relación con la infancia y la educación ese mismo año. El 2 de agosto, en la Escuela del Banco de Préstamos se implementa la llamada "copa de leche", que se distribuye a 250 alumnos, que de ese modo no deben esperar la hora de salida para reponer sus fuerzas por cuanto hallarán en el mismo esta­blecimiento donde se educan el alimento imprescindible para sus débiles cuerpos. El 15 de ese mismo mes, se habilita la Escuela Independencia para niños retardados, con la finalidad de adaptar a los niños anormales a la vida social y valorizar en lo que sea posible su capacidad individual.
Contemporáneamente, los rosarinos comienzan a recibir un sano y promocionado consejo: el de evitar el consumo de leche "recién ordeñada". Un aviso publicado en la revista de la Sociedad Rural de Rosario en 1923 muestra a la Muerte (un esqueleto vestido con una túnica) sosteniendo un frasco del que van cayendo insectos a un reci­piente con la inscripción "Impure milk". En realidad lo que no exis­tía era la costumbre de consumir leche pasteurizada ya que a comien­zos de siglo Fernando Jacobsen había sido uno de los pioneros en utilizar ese procedimiento en su usina pasteurizadora de Catamarca 1158; la producción del establecimiento, hacia 1905, se vendía a una decena de lecherías, aunque la difusión masiva del consumo tardaría muchos años en producirse.
 Junto a avisos de ese tenor, reiterados durante buena parte de aquel año, la prensa rosarina consignaría una información que acon­gojaría a los amantes del teatro, muchos de los cuales habían sido privilegiados espectadores de sus actuaciones en la ciudad a comien­zos del siglo XX: la desaparición de Sarah Bernhardt, luego de la amputación de una pierna. La misma difusión alcanzaría en 1923 la muerte de otra figura carismática, la del mexicano Pancho Villa, cuyo verdadero nombre de Doroteo Arango sería eclipsado para siempre por el otro, que identificaría a uno de los líderes de la Revolución iniciada en 1910 contra el régimen de Porfirio Díaz.
Mientras tanto, un match de box que luego sería considerado por los críticos como "el combate del siglo" lograría galvanizar la atención de los rosarinos, muchos de ellos pendientes de lo que relataba la precaria radio a galena y de la suerte de ese compatriota llamado Luis Angel Firpo, empeñado desde su condición de "toro salvaje de las pampas en destronar al campeón Jack Dempsey.
También en 1923, los trabajadores tendrían motivo de regocijo Con la aprobación de la Ley 11289, que determinaba la jubilación “universal y obligatoria". La norma, sin embargo, se suspendería dos años mediante la Ley 11358, por la fuerte presión de la Unión Industrial y las propias reticencias de los obreros al descuento del 5 por ciento de sus salarios, en concepto de descuento jubilatorio. Consagrada más tarde, aquella legislación se uniría a las varias que el  aportara a los sectores populares, como la Ley 10505, que reglamentaba el trabajo domiciliario, de 1918; la 11317, referida a los contratos de trabajo a menores de edad, de 1924, y la 11318 de trabajo nocturno en las panaderías

 

Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame”  tomo III  editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Ediciones