lunes, 11 de agosto de 2014

ENTRE SODOMA Y PARIS



Ángel Marull, aficionado entusiasta a la literatura y la pintura, e integrante de la rele­vante colectividad catalana en Rosario, escribió sus recuerdos de infancia relacionados con el barrio prostibulario de Pichin­cha: "El negocio de mi padre equi­distaba cien metros del comien­zo de una zona que hizo famosa a Rosario, Pichincha, y 100 de la parroquia de la Inmaculada Con­cepción, en la esquina de Salta y la hoy calle Ricchieri; por lo tan­to, en la frontera entre Sodoma y Belén.
"Las vidrieras del negocio, pictóricas de telas de vestir de última moda, atraían a las mujeres como las flores de un jardín a las abejas, proporcionando a nuestra casa un enorme caudal de clientela femenina. Eran las postrimerías de la gran inmigración
extranjera que pobló nuestro país y que con su esfuerzo, tesón y voluntad contribuyó a su progreso. Personas de todas las razas nos visitaban : italianas, españolas, polacas, francesas
. Trabajaba en el negocio un emplea do turco, nacido en Estambul y educado en un colegio francés, Jacques Rousseau; su conocimiento del idioma de Moliere y su extraordinaria simpatía atraían a todas las clientas de origen francés - que en la zona eran muchas - transformando nuestra casa en un  Petite Galerie Lafayette... "

"Los lunes, días de salida de las prostitutas para efectuar su revisación médica y renovar la li­breta sanitaria en el dispensario de la zona, los aprovechaban pa­ra realizar sus compras. Dado que nuestro recordado y buenísimo Rousseau hablaba correcta­mente el francés, las artistas (co­mo las llamaba mi madre emple­ando un eufemismo), que eran en su mayoría francesas y casi to­das pertenecientes al Madame Sa­fo, llegaban a ver las nuevas mer­caderías. Era la época de la seda natural importada y nuestro buen Jacques se cansaba de ven­derles las últimas novedades.."
'Personajes del bajo mundo, y otros característicos de la ciu­dad, visitaban nuestra casa. Yo tenía que atender a veces, ya cumplidos los 12 años, entre otros, al Paisano Díaz, guardaes­paldas del político Juan Cepeda, según se comentaba. Temblaba al ofrecerle las mercaderías y observar su rostro surcado por profundas arrugas y cicatrices; tuerto, con un ojo de vidrio opa­co y su revólver mal disimulado en la cintura del pantalón, tenía un perfecto aire de corsario. Tam­bién nos visitaba don Pedro Mendoza, capitalista de juego de una de las casas más importantes de la ciudad, y el poeta Alfonso Alon­so Aragón, hombre simple e inge­nuo, quien disfrazado de Rey Mo­mo animaría luego, ya bastante vencido, muchos carnavales ro­sarinos, nos dedicaba algunas cuartetas... "

Fuente: extraído de la revista “Rosario, Historia de aquí a la vuelta  Fascículo Nº 8.  De Diciembre 1990. Autor: Rafael Ielpi