lunes, 5 de mayo de 2014

Pic-nics y quintas: placentera combinación



Por: Rafael Ielpi

Las quintas abundaban en el Rosario de principios de siglo y eran en muchos casos parte esencial de un paisaje suburbano de espacios abiertos, que las tenía como únicas presencias. Luego serían parte de los barrios que se irían consolidando, como en la zona oeste de la ciudad, para desaparecer al lotearse los grandes predios para la cons­trucción de viviendas. En esos años entre 1900 y 1920, eran también ámbi­tos propicios para pic-nics y paseos campestres.
En el Centenario, estos se llevaban a cabo por ejemplo en la Quinta de Gallo o en la Quinta Mazza, propiedad del comerciante y empresario Agustín Mazza, ubicada en una zona entre Sorrento y Alberdi -actual sitio de emplazamiento de la usina rosarina- con una imponente residencia de reminiscencias moriscas que constituía uno de los atractivos de ese sector de la ciudad y que aún hoy, fijada en amarillentas postales de época, pue­de admirarse por su suntuosidad, seguramente ajena al despoblado entor­no.
Mazza -uno de los tantos fugaces intendentes de la ciudad- hizo cons­truir un verdadero castillo cuyos materiales predominantes eran la piedra y la madera. Había hecho fortuna con el abastecimiento de carne a la ciudad y contaba como otra de sus fuentes de ingreso al Mercado El Porvenir. Es interesante recordar que fue asimismo el donante de los dos leones de mármol de Carrara que custodian el Palacio Munici­pal, traídos desde Italia. La mansión tendría que ver años des­pués con el entretenimiento colectivo, al servir de ámbito al llamado Victoria Park, en el que los bailes populares eran cosa frecuente.
La quinta era lugar predilecto de reuniones sociales y de aquellas excursiones campestres tan al gusto de la época, que hoy son una nostálgica mención. También se celebraban pic-nics en la Quinta Araya, en San Lo­renzo, que servía de escenografía incluso a casamientos que incluían a al­gún músico para amenizar la velada, y en la Quinta Casinelli, en Paganini. Entre 1915 y 1925 esas reuniones sociales-bailables-campestres podían celebrarse asimismo en la Quinta Arcube, de Fisherton; en la Quinta Caccia, de Ovidio Lagos y 27 de Febrero; en la Quinta Introini, en Barrio Belgrano, entre otras.
 No menos frecuentada era la extensa Quinta de San Pedro, en Barrio Echesortu, poblada de frutales, verduras y alfalfares y que se extendía desde calle Castellanos a Lavalle e incluso casi hasta Bvard. Avellaneda y de Rioja a San Luis, escenario de fiestas popular ámbito para otros festejos no menos coloridos como los de la Fiesta de San Pedro y San Pablo, con sus fogatas encendidas al anochecer. Lo . campado de aquella zona suburbana hacía que el brillo de los fuegos pu­diera advertirse a mucha distancia, y aquella ceremonia nocturna se convertía en una sucesión de brillazones que transformaban todo en un¿ escenografía fantasmal Los pic-nics, en los que se mezclaban con igual entusiasmo el gusto por el baile con la gastronomía y la posibilidad de algún idilio nacido al calor de una jornada de descanso, tenían como escenario también al llamado Prado Español, en Montevideo y Larrea, o al predio del Centro Asturia­no, más al oeste aún, en Wilde al 1300. La zona albergaba otras quintas conocidas entonces, como La Nélida, en Córdoba y Estados Unidos, la Quinta Luciani, en el radio comprendido entre Pasco, Río Bamba, Rouillón y Barra.
Su lugar en el inventario merece asimismo la Ran­chada de Vélez. en las barrancas de Alberdi, que no era otra cosa que una sucesión de ranchos, construccio­nes de adobe emplazadas a unos metros unas de otras, con paredes blanqueadas a la cal, techos de paja y un aljibe en el centro. Allí se llevaban a cabo pic-nics, asa­dos políticos, reuniones campestres y todo tipo de fes­tejos, a orillas del Paraná. El insólito conjunto de viviendas ofrecía un interés adicional: las pinturas que cubrían prácticamente todas las paredes interiores, un vasto y abigarrado muestrario de temas histórico-gauchescos, realizados por un espontáneo, rústico pero entusiasta artista, que atraían la atención cuando no el regoci­jo de los visitantes...
Fuente: Extraído de la colección  “Vida Cotidiana – Rosario ( 1900-1930) Editada por diario la “La Capital del Capítulo N•5