lunes, 28 de abril de 2014

UNA COLECCIÓN DE CELEBRIDADES

Por Rafael Ielpi


La Ópera consigue galvanizar a su público en octubre cuando una gran artista llena el escenario del antiguo teatro de Schiffner de taconeos y revuelos de batas de cola y vestidos gitanos: Antonia Mercé, a quien se conoce como "La Argentina" y se reconoce como una de las más grandes artistas del baile español y flamenco de todos los tiem­pos. La presencia de la Mercé tuvo el efecto de un detonante para una gran audiencia de andaluces y españoles en general, extrañados no sólo de sus paisajes sino de la profundidad y colorido de sus bailes y sus can­tes, por la distancia.
La artista, que bailaría acompañada por el pianista Luis Galvé, no necesitó comentarios elogiosos previos, ya que su solo nombre era ya entonces atracción suficiente. Las críticas, sin embargo, tuvieron pon­deraciones como éstas: Antonia Mercé baila, baila como ninguna bailarina lo ha hecho hasta ahora. Baila mejor que nadie, pero no se queda en el baile solamente; busca sus secretos motivos y nos los vierte también... Agota la plástica del baile ibérico y alcanza perfecciones técnicas que se nos antojaban antes inalcanzables y que realizados por ella, con la sublime facilidad de su modo, parecen cosa de ensueño. Nadie como ella sabe hacer leves sus pasos sobre el escenario.
La Mercé, que había nacido accidentalmente en Buenos Aires en 1890 y cuyos padres eran españoles maestros de baile, había estado cuatro año antes, en 1915, cuando, sin ser primera figura, se la reco­nocía ya como la expresión más perfecta del admirado en la Argentina. En Monovar, víctima de un accidente, ha muerto Emilio Sagi-Barba,figura de la escena española. El aplaudido barítono atraía la simparía del público rosarino, recordó La Capital entonces.Y era cierto. Tanto él como su mujer, la también cantante Luisa Vela, habían actuado en varias temporadas, cuando las romanzas y los dúos de las grandes zarzuelas eran cantados o silbados por miles de rosarinos, muchos de ellos españoles ya por entonces definitivamente integrados a la ciudad.
Fuera de toda confrontación con las grandes salas pero apelando al recuerdo de algunos y a la infancia de otros, el Pabellón Anglo-Argentino, de Avenida Pellegrini y Paraguay, daba cabida ese año al denominado "Circo Jockey Club", que no era otra cosa que el trashu­mante ámbito de un viejo maestro del circo criollo, el legendario Frank Brown, que regresaba (más cansado, mucho menos ágil pero no ven­cido) al picadero rosarino.
El celo periodístico por los horarios de los espectáculos no se había acallado en 1920, aunque ahora las razones eran más atendibles: Las funciones terminan a un horario muy avanzado, dando lugar a inconve­nientes a gran parte del público, ya que utiliza el servicio de tranvías, cuyo hora­rio regular termina después de las 24 horas. El público tiene parte de culpa por la costumbre de concurrir tarde a los espectáculos, se quejaba la prensa.
Ese año final de la década, el Olimpo, por su lado, daba cabida al teatro y a las compañías nacionales, privadas ya de la vieja pero entra­ñable amplitud del desaparecido Politeaina de la calle Progreso. Así, una serie de títulos que eran estrenos o poco menos: El patrón del agua, La casa donde no entró el amor, El último gaucho. El cacique blanco, permi­tió al binomio integrado por Enrique Muiño y Elias Alippi el logro de una temporada exitosa.
En La Comedia, y siguiendo los pasos de Antonia Mercé, otra gran bailarina ("bailaora" para algunos), recibía elogios y lisonjas: Encarnación López, "La Argentinita", nacida como la Mercé en Buenos Aires e hija también de padres españoles, que la llevarían a su tierra a los cinco años. Su hermana Pilar, que bailó con ella siendo una joven-cita en giras posteriores, fue una continuadora talentosa de su arte, for­mando con Antonio (el gran bailarín muerto en 1995) una de las pare­jas más admiradas en todo el mundo.
La presentación de Encarnación en Rosario sucedería a su debut porteño en el Empire Theatre en julio de 1920; allí, "La Argentinita" había coleccionado críticas elogiosas de este tenor: Reconocíase unáni­memente que se trataba de una artista personal y, en su género, única. La bai­larina, también pareja sentimental de Joselito, el famoso torero muerto en plena juventud, y luego, por muchos años, de otro matador célebre, Ignacio Sánchez Mejía, abandonaría el baile largo tiempo, para regre­sar a los escenarios como una real figura de la danza española, en 1935, saludada por críticos y escritores que, como Enrique Diez-Canedo o José Bergamín, elogiaban con entusiasmo su retorno y su arte.
Entonces volvería nuevamente a la Argentina, ya con un elenco de notables bailarines, con quienes encararía, en un esfuerzo plenamente logrado, un panorama más amplio y sugestivo de las expresiones flamencas. Aquellas estampas —"El Café de Chinitas", entre otras— tocadas ya por la inspiración de Ignacio Sánchez Mejía, ya por el genio de Federico García Lorca, fueron acaso, los que por imitación, dieron origen a los actuales espectáculos de folklore español, señala Sosa Cordero. Encarnación López murió en plena madurez humana y artística, como Antonia Mercé, el 24 de septiem­bre de 1945, en Nueva York.

Fuente: Extraído de Libro Rosario del 900 a la “decada infame”  Tomo IV Editado 2005 por la Editorial Homo Sapiens Ediciones