lunes, 29 de abril de 2013

LAS COSAS DE LA CIUDAD

Por Rafael Ielpi

Pero los festejos no eran suficientes para disimular algunas quejas de los vecinos del Rosario, para quienes, como hoy, el periodismo era una buena fuente de recepción de su disgusto acerca de los males de la ciudad en que vivían. Monos y Monadas, que era de los medios gráficos que recogían esos malhumores ciudadanos, avisa sobre el peligro que significa para la tranquilidad de la población una congregación de zíngaros en la zona de 1o de Mayo, 25 de Diciembre y Amenábar: Un segundo Albaicín, lo define, en la extensa barriada formada por innúmeras chozas, hacinadas unas, separadas las más, sin vestigios de higiene, que se tiende detrás de la estación del Ferrocarril de Córdoba y Rosario. En este desdichado Albaicín sólo hemos visto gitanos trashumantes, mugrientos, entre los que algunas mujeres nos ofrecían adivinarnos la suerte...
A comienzos de junio de 1910, La Capital se suma al coro: Desde hace varios días y con gran disgusto público, ha sentado sus reales en esta ciudad un grupo de bohemios. Constantemente se les ve por la calle pidiendo limosna y haciendo esa vida que todo el mundo les conoce de completa holganza y desaseo... El comentario no debe sorprender: ya a comienzos de 1889 El Municipio comentaba el arribo a Rosario de un contingente de gitanos (a los que también se menciona como bohemios), calificándolos duramente: Son desaseados, cubiertos de harapos y poseídos de esa pretensión estúpida de aprovecharse de la credulidad ajena. El diario de Deolindo Muñoz iba más allá en la crítica: Ya tenemos una buena cantidad de desocupados, turcos, bohemios legítimos o falsificados que recorren nuestras calles ofreciendo en venta dijes y abalorios y no se ocupan de nada útil para ellos o para la comunidad...
El tema de los mendigos y limosneros, fueran gitanos o no, también era motivo de preocupación en el Centenario, cuando la llegada de gentes de renombre a la ciudad no hacía aconsejable la exhibición de nuestras miserias. Rosario Industrial advierte: Está ocurriendo en esta ciudad algo que reclama por la pronta intervención de las autoridades respectivas. Sabido es que es ya populoso el número de los mendigos de ambos sexos que pululan por nuestras calles. En algunos casos está perfectamente justificado este medio de vida y a ellos se les hace sin titubeos pública caridad. Pero lo que colma el abuso es la inmigración, de no sabemos qué procedencia, de una cantidad de mendigos que ya constituyen una plaga y que en la mayoría de las casos no justifican la necesidad de la caridad pública...
El comentario de la revista no se diferencia mucho de algunos actuales, respecto del mismo tema: Se llega al abuso y a la explotación de los sentimientos caritativos cuando se ve que dos o tres hombres robustos, perfectos holgazanes, arrastran por la calle a alguna pobre criatura que exhibe un defecto físico y es el buen reclame para el negocio del mendigo. Hay ciegos, cojos, mancos, a los que hacen cohorte unos cuantos vividores, y ellos también viven de la caridad mientras arrastran la miseria de un pobre prójimo.
Leandro Gutiérrez consigna que la existencia de mendigos, vagabundos y otros habitantes del mundo marginal en ciudades como Buenos Aires y Rosario adquirió no sólo proporciones destacadas sino características muy peculiares en un determinado período: entre el último cuarto del siglo pasado y la Primera Guerra Mundial. Por entonces, las grandes ciudades experimentaron un notable crecimiento a lo largo del cual fue toda su sociedad la que se reconstruyó, aunque muchos de sus antiguos rasgos se conservaron. En su cima, la vieja élite patricia se transformó en la nueva oligarquía terrateniente, comercial, financiera y hasta industrial. Por debajo subsistía un conjunto social cuyo componente extranjero era decisivo y que, al imbricarse con el conglomerado criollo preexistente, constituyó la base de esta sociedad que José Luis Romero ha denominado "aluvial", señala.

 De este conjunto, que originariamente formaron los sectores populares, se fueron desagregando diversos grupos y particularmente los sectores medios y el mundo del trabajo. Dentro de este último y vasto sector comenzaba ya a perfilarse, a fines de siglo, la silueta del proletariado, aun cuando su identidad tardará algunas décadas en afirmarse. En los bordes de ese mundo del trabajo, muchas veces confundido con él, se constituyó otro vasto y complejo mundo: el de las personas sin modo de vida conocidos y que sólo pueden ser caracterizados por su pobreza. Ese submundo marginal, de límites difusos, del que los individuos frecuentemente salían para integrarse en forma transitoria al mundo del trabajo, constituyó una mancha en la imagen de aparente bienestar general y despertó reacciones diversas. La élite osciló entre la indignación y la sorpresa. Las instituciones del Estado, por su parte, procuraron dar alguna solución a los problemas derivados de su presencia, aunque usualmente emplearon la violencia. Los voceros de los sectores populares, en cambio, los pusieron como ejemplo de las duras condiciones de su propia existencia.
Leandro H.Gutiérrez: "Mendigos y vagabundos", serie La vida de nuestro pueblo, N° 10, Centro Editor de América Latina, 1982)

En la aludida nota de Monos y Monadas se advierte lo concentrada que estaba la población mayoritaria del Rosario en la zona central de la ciudad, nucleada alrededor de la Plaza 25 de Mayo; la crónica habla de zonas suburbanas, alejadas, refiriéndose a las de Ituzaingó y Colón (a la que define como un pantano), Ayacucho y Colón (calificada como otro pantanal) y 27 de Febrero y Alem, donde hay un pintoresco caserío de pobres, mandado desalojar al poco tiempo por la Municipalidad. A todo aquello, la revista lo define irónicamente como las bellezas edilicias de la ciudad...
Otros artículos de la misma publicación permiten verificar lo dicho con respecto a otras zonas del Rosario de entre 1900 y 1916. La del Matadero Municipal, por ejemplo, que era epicentro de una especie de precario barrio suburbano de modestas proporciones hacia 1910, que sería asimismo origen del ulterior barrio Tablada, cuando su emplazamiento estaba delimitado por las calles Beruti, Saavedra y Bvard. Seguí. El establecimiento construido en 1879 había tenido mejoras, sobre todo en el faenamiento de los animales, aunque su entorno mantuviera las características marginales tradicionales.
Monos y Monadas señala: Antes, nadie era osado de aventurarse en el Barrio del Matadero si no quería exponerse a serios disgustos; los pendencieros han desaparecido; hoy, el caudillo, el hombre de agallas, el Moreira, han sido relegados completamente al olvido; hoy, la gente del Matadero no dá quehacer, como en otros tiempos, a los agentes de policía que de vez en cuando se vieran precisados a intervenir en sucesos sangrientos... El Matadero contaba en 1910 y ya desde la intendencia de Lamas, con un rabino encargado del sacrificio de las reses, Elías Scheiner, que lo llevaba a cabo por el sistema hebreo para degollar animales destinados al consumo que es, científicamente, considerado uno de los mejores que se emplean actualmente.
Un año más tarde, la misma revista, al visitar el viejo barrio de troperos y matarifes, constata que algunas de las viejas costumbres no han desaparecido del todo con los modernos métodos de sacrificio de reses y el progreso: Noche tras noche se suceden los bailes en el típico Barrio del Matadero; el rasguido de la guitarra criolla rompe la calma nocturna; las risotadas y el jolgorio todo lo inundan de alegría; las guitarras nos hablan del tango, del gato con relaciones y el malambo, tres bailes que se mojan con ginebra y cerveza, las cuales a veces trastornan los mates y producen escándalos descomunales.
La radicación de muchos hombres del interior (correntinos, san-tiagueños, chaqueños, entrerrianos) explicaba la presencia de algunos bailes propios de distintas regiones folklóricas argentinas, capaces de entusiasmar a espectadores acostumbrados tanto a ellos como a la permanente compañía del cuchillo; en esos barrios, la reiteración periódica de los sangrientos duelos criollos era un claro ejemplo de lo dicho.
Había otra zona que, estando hoy a diez, quince cuadras del centro mismo de la ciudad, era considerada como alejada e incluso peligrosa: la del actual Parque Urquiza. A fines del siglo XIX y comienzos del actual, la presencia en el sector de la estación de los trenes del Ferrocarril Oeste Santafesino había otorgado un cierto progreso a los predios circundantes, comprendidos entre las calles Alem y Chacabuco, de este a oeste, y 3 de Febrero y Pasco, hacia el sur, y algunas cons­trucciones comenzaron a erguirse en medio de un paisaje bastante desolado, por el que, pese a ello, cruzaban en forma permanente carros y jinetes.
Sin embargo, al tomar el Central Argentino la administración y propiedad del Ferrocarril Oeste Santafesino, aquella estación cuya estructura sobrevive aún como testimonio del Rosario finisecular fue destinada sólo a carga, provocando de ese modo un paulatino estancamiento en el desarrollo de la zona. Alberto F. Urrutia describe incluso otras derivaciones del hecho: Ese barrio, el que se extendía desde el viejo Colegio Nacional a la Plaza de López, se sumió entonces en el olvido. El movimiento de las calles se limitó al tránsito de proveedores del vecindario y en los meses de invierno hasta hubo noches en las que en los alrededores de la Plaza aparecían la viudita y el chancho, asaltantes que con sus disfraces provocaban, en brusca aparición, el pánico en el despavorido transeúnte, momento que aprovechaban para robarle...
Más cercana al centro rosarino, pero considerada igualmente como suburbio, era en 1913 la actual zona del residencial Barrio Martin. Monos y Monadas indicaba ese año que para pasar las calles Ayacucho y Colón, desde Mendoza y 3 de Febrero, hay que atravesar túneles abiertos en medio de la barranca y cuyo interior, de noche, sirve de refugio a los que no tienen refugio alguno.
La revista señala: La mayoría de los habitantes del Rosario ignoran que a cinco cuadras hacia el suroeste de la Plaza 25 de Mayo existe una zona urbana que se encuentra en estado casi primitivo y privada por completo de todo servicio edilicio. Es la zona ocupada por las barrancas del Oeste Santafesino, que comprende las calles Ayacucho, Necochea, Mendoza y Avda. Belgrano. Por allá no circulan vehículos de ninguna especie porque sus calles son completamente inaccesibles y los pocos ciudadanos que se animan a transitar por aquellos parajes, tienen que atravesar túneles abiertos a través de la barranca para ir de un lado a otro. Hay que conseguir, además, condiciones gimnásticas para subir o bajar las inmensas barrancas que en algunos puntos, como en la esquina de Necochea y Mendoza, tienen 15 metros de altura. Contraste notorio con el carácter residencial que el mismo sector urbano exhibe un siglo más tarde.

El llamado Barrio Martin no existía en 1930; todavía entonces esa zona era nada más que la Yerbatera Martin, el molino, y la construcción de enfrente, que era un depósito; todo lo demás era barranca, incluso había unos terrenos de la compañía que eran una cancha de fútbol, y hacia el río estaban las vías del Ferrocarril Oeste Santafesino, pero yo vi funcionar sólo una vez a ese tren. En una esquina de Ayacucho y Mendoza había varios conventillos a los que les decían "primer y segundo piso", y ahí vivían muchos de los obreros que trabajaban enfrente, en el molino de Martin & Compañía. Esagente habitó los conventillos a partir del momento en que se instaló la yerbatera por un problema de costos: el tranvía en esa época salía unos 5 centavos antes de las 6 de la mañana; entonces, viviendo allí se ahorraban ese gasto... Me parece que la primera construcción en ese barrio fue en el Pasaje Cajaraville. Recuerdo que la empresa les daba prioridad a sus obreros para que compraran terrenos e hicieran sus casas, pero enseguida eso no estuvo más al alcance de los obreros porque esas tierras se encarecieron rápidamente. El valor de ese lugar creció de una manera abrupta, de un año para otro.
 
(Adalberto J. Clérici: Testimonio personal recogido en agosto de 2000)

Como colofón, la popular publicación habla de una callecita que es hoy símbolo de la zona residencial y que entonces era otra cosa muy distinta: Los viejos del Rosario podrán recordar ahora a los jóvenes lo que era antes la Cortada Santa Cruz, situada en el centro de la manzana formada por las calles Alem, Ayacucho, San Juan y Mendoza. Quien pasaba por ella y salía con vida sentaba fama de valiente. Todas las rencillas orilleras iban a terminarse en la mencionada cortada, y la policía daba continuas batidas a la gente de mal vivir que se refugiaba allí, a pesar del tupido maizal que existe...
Pero en los años corridos entre los dos centenarios, había muchas otras quejas en su mayor parte originadas en remoras del pasado, como el Zanjón de Pueyrredón, o en simples deficiencias de los organismos municipales. El avance de la ciudad, incorporando zonas adyacentes al centro, había traído sus problemas, al construirse verdaderos adefesios que son focos de infección, dice Monos y Monadas al referirse al zanjón de marras.
La misma revista se hace eco en 1912 de muchas de las permanentes críticas de los vecinos, que pedían la solución del problema: Construido ligeramente en la época en que la epidemia de cólera azotaba a esta población, hace muchos años se lo destinó para desagüe, y como tal presta aún sus servicios. Hoy, todo el radio que la calle Pueyrredón abarca, se halla totalmente poblado, sin que dicho zanjón haya sido alguna vez reparado en sus grandes desperfectos, causados por el abandono en que se halla. Actualmente, no es únicamente canal de desagüe sino depósito de desperdicios y de aguas servidas que se estancan infeccionando el ambiente con muy grave peligro de la salud pública en uno de los radios de población más compactos, critica la publicación que se extinguiría un año más tarde.

En ese tiempo, 9 de Julio estaba pavimentada, pero ninguna de las calles que la atravesaban lo estaba. En la calle Pueyrredón había un zanjón de más de dos metros de hondo que no sé dónde se originaba. Yo ¡o conocía por la calle 9 de Julio y Zeballos, pero el zanjón seguía, se introducía en el Parque y doblaba en Cochabamba y en Moreno se introducía en la cloaca. Era un caño que iba al río. Cuando voy por calle Pueyrredón a pie, me voy fijando, de la vereda de los impares, y en algunas deformidades de la vereda veo aún vestigios. Era una zanja como de tres metros de ancho. Cuando yo tenía 18 años pavimentaron, pero alrededor de 1915 hicieron las cloacas y hadan pozos, más o menos cada 10 metros y un túnel por donde pasaban los caños de más o menos 30 cms. de ancho. Esos pozos seguramente no se compactaron bien y por eso se producen hundimientos.
(Carlos Smaldone: Testimonio personal recogido en septiembre-octubre de 1994)

Aquel año de 1912 es un buen parámetro para pulsar el estado de la ciudad y el ánimo de sus habitantes ante los avatares del progreso. En noviembre, Monos y Monadas cuenta el malestar que provoca en la gente el observar cómo, ante una lluvia, cuadras enteras en pleno centro de la ciudad se quedan sin pavimento, al levantarse los adoquines de madera por la fuerza de las aguas. Donde esto ocurría, se formaban reales lagunas que contribuían a agravar todavía más el asunto.
Entre marzo y septiembre, las quejas son de todo pelaje: de los vecinos de calle Rioja entre Bvard. Oroño y La Plata (hoy Ovidio Lagos), espantados por las jaurías de perros malos que constituyen un peligro para los transeúntes; de los de Avda. Pellegrini y Santiago, donde hay terrenos convertidos en verdaderos vaciaderos de estiércol, que no recogen los carros municipales; de los de Salta y Mitre que piden se despeje una zanja que lleva agua de lluvia hacia el río, porque hace tres años que la Municipalidad no la limpia.
Otros se quejan del servicio telefónico, afirmando que el mismo "es incorregible", o escriben a la prensa diciendo: Estimo que si la velocidad de los autos dentro de los bulevares Oroño y Pellegrini no excediera nunca los 15 kms. por hora, muchos accidentes se evitarían, u opinan que la Intendencia haría bien en prestar un poco de atención a este asunto del tráfico: aparte de los peligros que entraña la desorganización del mismo, es poco edificante el espectáculo cotidiano de los entreveros que se forman en calles como San Martín, Santa Fe, Córdoba, etc., lo que tampoco ha perdido actualidad a la fecha.
En marzo de 1914, las quejas provienen de quienes habitan en la zona portuaria, en la franja comprendida entre San Martín, Bajada Sargento Cabral y la Avda. Belgrano, a la que consideran convertida por un abandono incomprensible, en depósito de residuos pestilentes, en guarida de vagos y en W.C de los mismos, donde, al parecer, la acción municipal no se había manifestado de ninguna forma. Contemporáneamente, hay generalizadas quejas porque no se promueve la construcción de un cementerio público: esta queja es justa —se lee, por ejemplo en La Capital—, porque cada vez que fallece un vecino hay que conducir el cadáver a ocho leguas de distancia, lo que ocasiona muchos trastornos. La reflexión sólo es errónea en un punto: ocho leguas representan 40 kms.; el Cementerio La Piedad, al que se refiere la nota, distaba (y dista) ocho kms., lo que era sensiblemente mucho menos camino que recorrer con el difunto...
Por la misma época, era preocupante la falta de seguridad en los suburbios: Es en las quintas donde los delincuentes operan con más frecuencia: desaparecen gallinas caballos, vehículos, aperos de labranza y horticultura, arreos, guarniciones, etc, comenta también La Capital, que señala la falta de vigilancia en esas zonas alejadas. A pesar de lo usual que era que muchos de los quinteros y horticultores, en su mayoría inmigrantes italianos, tuvieran una escopeta a mano...
La Municipalidad, por su lado, hacía lo que podía para mejorar la calidad de vida de sus vecinos. A fines de enero de 1913, por ejemplo, atendiendo a la extensión que para entonces había adquirido el pavimento en la ciudad y el consecuente aumento de la circulación vehicular, el intendente decreta la mencionada prohibición de circulación de vacas lecheras en la zona comprendida por el Bvard. Oroño, la Avda. Pellegrini y el río Paraná, bajo multa de 1 a 5 pesos por infracción. O recurre a expedientes ingeniosos como lo fuera la implementación del llamado "ramo municipal", un ramo de flores que, por un precio simbólico mucho mayor que el real, era adquirido a la Municipalidad de Rosario por un ciudadano de condición socioeconómica importante.
El producto de esa venta era derivado a las damas de caridad de Rosario, para solventar alguna de sus obras o, en algunos casos, para homenajes y recordatorios. Como ocurriera en enero de 1913, por ejemplo, cuando se publica que la señora Ramona S. de Casado ofreció al todavía intendente Infante la suma de 200 pesos nacionales por el ramo, el que rogaba fuese enviado a Casilda para ser depositado en la tumba de su esposo, que era nada menos que el emprendedor empre­sario Carlos Casado del Alisal.
 
Fuente: Extraído de Libro Rosario del 900 a la “decada infame”  Tomo II Editado 2005 por la Editorial Homo Sapiens Ediciones