miércoles, 10 de octubre de 2012

LA CIUDAD DEL NUEVO SIGLO


El 1ºde enero de 1900 encontró a Rosario convertida en una ciudad que se preocupaba por desarrollarse al impulso sobre todo de esa burguesía mercantil pujante, pragmática y ambiciosa, que iría ocupando después, poco a poco, todo intersticio del tejido político-social de la ciudad, desde las bancas en el Concejo Deliberante (hoy Concejo Municipal) o el sillón de la Intendencia a los matrimonios de conve­niencia o de intereses.
La nueva Constitución santafesina, aprobada por la respectiva convención el 11 del mismo mes, estableció que las municipalidades deberían integrarse con un cogobierno de un departamento ejecutivo, representado por un intendente designado por el gobierno provincial, y un cuerpo deliberante, cuyos concejales deberían ser elegidos por la ciudadanía.
El país había superado ya la crisis del 90 y sus efectos, y exhibía al mundo una llamativa prosperidad que enorgullecía a sus gestores, los hombres del 80, que veían consolidarse (ante sus ojos, en muchos casos) un país institucionalmente organizado y culturalmente remitido a los modelos europeos, y al que ese año inicial del siglo ingresarían 125.951 inmigrantes; con Buenos Aires como metrópoli absorbente (la segunda capital del "art noveau", como la define Alberto Figueroa) y una región pampeana pródiga para la producción agropecuaria, de la que Rosario era a su vez capital y puerto de salida hacia el exterior. A ella confluían, por lo demás, los tendidos ferroviarios ingleses y franceses que cruzaban el territorio nacional en todas direcciones, con un solo interés primordial, el de favorecer los intereses de los poderosos capitales extranjeros que tenían el control de ésa y otras empresas de similar magnitud.
En 1900, señalan De Marco y Ensinck florecían  las pequeñas indus­trias: billares, baldosas, artículos de pirotecnia, carros, carruajes, refrescos, jabón, soda. Se contabilizaban 4 fábricas con más de 300 obreros, una de 1.300, 4.032 locales de industrias y comercios, 32 librerías y 96 farmacias. Para entonces, la ciudad contaba ya con logros que no por insuficientemente extendidos a todos los pobladores dejaban de ser importantes, como el servicio de aguas corrientes, en vigencia desde 1888 cuando es inaugurado merced a una concesión que inicialmente era por veinte años y terminó fijándose en setenta, otorgada a Andrés Mac Innes, quien la usufructuaría a través de la llamada Compañía de Aguas Corrientes.
El primero en realizar este servicio, siquiera por un tiempo, sería el luego famoso Mister Ross de los tramways rosarinos. Al comienzo del siglo, el Rosario tenía ya 8.450 casas que contaban con agua corriente; en 1906, el total había ascendido a 14.017 sobre un total existente de 16.400 viviendas, mientras que el censo de 1910 detectaba 19.647 sobre 22.915. Ese mismo año, en la ciudad coexistían 136 aljibes (presencias inevitables en los patios interiores de las viviendas de cierta importancia), 1.946 pozos comunes y 158 semisurgentes.
Otra realidad del 900 la constituía el alumbrado público. La ciudad, que ya en 1855 había visto el reemplazo de las antiguas lámparas de aceite por los llamados "faroles de reverbero", asistiría en 1867 a la aparición de la iluminación a gas, merced al contrato que el municipio suscribiera con Federico Arteaga, otorgándole la concesión para que proveyese a los rosarinos de "alumbrado a gas hidrógeno". El empresario hizo realidad el tendido de las cañerías de conducción del fluido proveniente de la Usina de Gas, construida en las cercanías de la zona portuaria, y hacia 1870 podía decirse que la ciudad contaba con una iluminación aceptable.

Claro está: semejante lujo sólo era para las calles del centro y las res­tantes quedaron a kerosene o a oscuras; mas como ninguna otra urbe del interior dispuso de tan novedoso alumbrado, Rosario adquirió cierto aire de gran ciudad y pudo tener por genuinos representantes del progreso a los mal entrazados faroleros que al caer la tarde pasaban corriendo con la caña en alto para encender los picos, y ala madrugada para apagarlos, sin acarrear ya sobre sus hombros la vieja escalera, rezago de las épocas de atraso. ¿No era sorprendente para la generación que vegetó bajo Rosas, recibir a domicilio, por tubos, desde una usina central, el limpísimo y barato fluido utilizado como luz y combustible de estufas y cocinas? ¿Qué no podría esperarse ya del porvenir?
(Juan Alvarez: Historia de Rosario, Imprenta López,
Buenos Aires, 1942)

A partir de 1888 y hasta 1915 (fecha del cierre de la usina ante las dificultades para la provisión de carbón a raíz de la guerra, que determinó que dicho combustible estuviera al servicio exclusivo de las necesidades de los países involucrados en el conflicto bélico) coexistiría el alumbrado a gas con las lamparillas eléctricas; así, en 1906 se contabilizaban 261 lámparas y 716 faroles de gas, mientras que el censo del Centenario de Mayo indicaba que en el Rosario había 4.938 casas que tenían luz eléctrica, 2.129 a gas y una mayoría, que sumaba 12.357 viviendas, alumbrada a kerosene, mediante los viejos y tradicionales faroles de mecha y tubo vidriado.
En 1910,"Schoop y Cía.", cuyo local comercial estaba instalado en Corrientes 312, ofrecía desde su condición de comercializadora y exportadora lámparas a kerosene de 180 bujías, en forma de lira, brazos de pared y con pie, que cuestan casi lo mismo que las comunes, lo que probaba que la utilización de ese sistema de alumbrado seguía teniendo plena vigencia en muchas viviendas rosarinas.
Por la misma época, Emilio Garimond, con negocio en Santa Fe 1165, se siente en la necesidad de publicar en La Capital una aclaración que, entre otras cosas, avisa a los compradores de kerosene: Habiendo llegado a nuestro conocimiento que comerciantes poco escrupulosos, confines interesados y que creen que el negocio del kerosene es un patrimonio exclusivo, están propagando la voz de que el kerosene de la Columbia OH Company de Nueva York no es de tan buena calidad como el que ellos venden, en lo que se refiere a graduación, olor, densidad, pasando a hacer luego el encomio del pro­ducto del que era distribuidor en el Rosario.
No era menos cierto que había aún en los primeros años del siglo XX cientos de hogares donde la luz temblona de las velas o de las lámparas de kerosene a mecha, o de aceite, seguía siendo la única opción accesible para una iluminación que, aunque deficiente, era bienvenida en el Barrio del Matadero o en La Basurita, por ejemplo. El servicio de electricidad, un privilegio para esos tiempos, había sido otorgado a la "The Rosario Electric Light Company", una de las primeras empresas fundadas en Sudamérica para la provisión de fluido eléctrico para el alumbrado; la empresa, que en 1888 se convertiría en "The River Píate Electric Co.", incrementaría en forma considerable su capacidad de servicio al construir en 1903 la para entonces modernísima usina en calle Catamarca.
Los servicios cloacales, por su parte, no iban tan de la mano del progreso y del crecimiento urbano, ya que el aludido censo de 1910 indica que sólo 5.198 casas sobre un total de 22.915 contaban con los mismos. Álvarez señala que en 1906 disponen ya de agua corriente el 85 por ciento de las viviendas, pero las cloacas sólo sirven a un tercio, limitadas como están al perímetro Dorrego-Avda. Pellegrini; además, los desagües de las calles continúan siendo defectuosos.
No debe extrañar cierta reticencia al progreso que significaba el saneamiento urbano si se piensa en las dudas y objeciones que mereciera la instalación de un sistema cloacal en Buenos Aires hacia 1870, cuando un diputado que era además un prestigioso profesional, como el doctor José María Moreno, se preguntaba en la Cámara, refiriéndose a las cloacas, si son o no el mejor medio de higiene, señalando que se cons­truirán si resultasen ser convenientes; opinión ante la que diputados que eran además médicos y sanitaristas ilustres como Guillermo Rawson o Luis Agote creían estar en la Edad Media. Las obras de desagües cloacales en Buenos Aires adquirirían un ritmo sostenido recién entre 1890 y 1896, más o menos contemporáneamente con Rosario.
Una ciudad cuyos lindes se unían con campos, yuyales y quintas; con calles de tierra, cuyo polvo se levantaba frecuentemente con los menores vientos, demandaba de una serie de proveedores que hoy o han desaparecido o han sido reemplazados por los adelantos del progreso. Por eso, sobre finales del siglo XIX y comienzos del XX, el Rosario de entonces podía contabilizar fábricas de elementos tan dis­pares como escobas, canastas, sillas y flores, todas ellas fruto de una artesanía que tenía poco apoyo de la tecnología, que por entonces no era ciertamente muy sofisticada Fabricaban escobas y plumeros, en esos años iniciales, José Bluñold, en 9 de Julio 676, Natalio Buday, en 25 de Diciembre 777, Constantino Fernández, en Tucumán 997, Juan Molfredi, en San Luis 3099 y Rechsteiner Hnos., en Progreso 887. A la confección de canastas y canastos, usuales para el traslado de frutas y verduras o las compras en el mercado, se dedicaban en cambio una serie de firmas como José Ansillo, en Buenos Aires 1648, Baldassi Hnos., en San Juan 835, Vicente Bueno, en Independencia 1380, Agustín Guido, en San Martín 809, José Parody, en San Juan 1316,Restani Hnos., en San Martín 1710, C. Salvetti, en Paraguay 1467 y Antonio Sánchez, en Entre Ríos 2162.
 Las sillas, que demandaban una habilidosa artesanía cuando se trataba de las que llevaban esterillado, por ejemplo, o utilizaban el empajado, también contaban con algunos establecimientos dedicados con exclusividad a su fabricación: Fulgencio Arias, en Córdoba 1412, Andrés Bernardini, en Aduana 1340, José Colombo, en 9 de Julio 735, Vicente Dipierro, en Bvard. Argentino 969, J. Pussoli, en Progreso 716 o LuisVigano, en Córdoba 1882. Otra artesanía particularísima que pese al progreso sigue teniendo sus exponentes en la actualidad, era la de las flores de papel y tela, que contaba con varios establecimien­tos, como los de Luis Allioti, en Entre Ríos 629 y el de Madame Hanel, en Rioja 561

Fuente: Extraído de Libro Rosario del 900 a la “decada infame”Tomo I    Autor: Rafael Ielpi. Editado 2005 por la Editorial Homo Sapiens Ediciones