martes, 21 de agosto de 2012

RESTAURANTES, FONDAS Y OTRAS OPCIONES


Por Rafael Oscar Ielpi

La ciudad de las primera décadas de este siglo iba a dar lugar asimismo a la obligada aparición de una serie de comercios dedicados con mayor o menor refinamiento según los casos- a la gastronomía. En algunos casos, los mismos respondían a las exigencias de una clase social atenta a las primicias de la cocina europea, en especial la francesa, y en otros, a la demanda de una población mayoritariamente de origen inmigratorio, que era la que abundaba en los comedores populares, las fondas, las pensiones y los innumerables comederos y parrillas que se diseminaban por el Rosario del 900 a 1930.
En muchos casos, la mayoritaria proporción de italianos y españoles signaría también la característica del menú de estos locales, en los que también tenía su lugar, sin embargo, la tradicional cocina criolla, a la que eran afectos aquellos estratos de la sociedad integrados por criollos, buena parte de los cuales trabajaban en tareas que demandaban fortaleza física, como la estiba portuaria o el matadero.
A pesar de la modestia de su construcción -que contrastaría, en el tiempo, con la imponencia de los edificios hoy emplazados en la misma esquina- el Bar y Comedor Germania de Juan Paralieu, convocaba en Santa Fe y Progreso (Mitre) a una clientela cotidiana heterogénea y bulliciosa, en la que se mezclaban por igual bolsistas, gente de teatro, empleados, artistas, comerciantes de la burguesía y alguno que otro anarquista en tren de sociabilidad gastronómica, atraídos todos por la fama de algunas de las especialidades de la casa como las ranas, "las mejor condimentadas de la ciudad y el plato preferido de la aristocracia rosarina", según comentaba su publicidad en la primera década del siglo.
La casa trabajaba con igual clientela en invierno -cuando el bar invitaba "si queréis tomar chocolate de primer orden y ponche riquísimo"- que en verano, "si queréis beber chopp fresco y sandwiches bien preparados". En Monos y Monadas, en 1910, se publican una serie de avisos, algunos en verso, de este recinto gastronómico, uno de los más populares, que con ingenuo humor promocionaban los platos del día. Una muestra: "Señores, para comer/ no hay nada como este bar:/ pueden ustedes entrar/ y se podrán convencer./ En el arte culinario/ no es posible hallar mejor/ cocinero en el Rosario,/ pues guisa que es un primor".
La revista lo define como un "café a la europea" y menciona en él la existencia de una peculiar sociedad. El Zoquete, con un número invariable de doce miembros. Los mismos se juntaban allí para jugar a las cartas, pero nunca más de cuatro por partida, seleccionados cada reunión, y los perdedores debían pagar todo lo consumido por el resto de la cofradía. También en el Centenario la afluencia de comensales era incesante, aprovechando la condición de Abierto toda la noche del local de Paralieu, al punto de no ser fácil conseguir mesa: "Hay tanta gente que entrar/ no es posible y desespero./ Más ¿quién se va sin probar/ los platos del cocinero/ contratado en este bar?", decía otro reclame de esos mismos años.
Contemporáneo e incluso un poco más antiguo que el Germania era otro restaurante de claro origen germánico: el Kaiserhaller, en la esquina de Libertad (Sarmiento) y Santa Fe, un local donde convivían una cervecería, un restaurante y un salón de bailes y fiestas con notorias reminiscencias de los salones del imperio austrohúngaro, y donde solían congregarse, como era previsIble, los ciudadanos alemanes y centroeuropeos radicados en la ciudad. Se comía asimismo en esos años finiseculares en el Bordeaux, de Santa Fe 73 ; el Provence. de Corrientes 26, o el Colón, de Rioja 89, todas ellas numeraciones antiguas.
Las necesidades de una mesa exigente y exquisita no estaban lo suficientemente cubiertas en el Rosario del 900 a 1920 por ningún restaurante en especial, si se exceptúan los banquetes organizados por algunas confiterías y hoteles, donde las primicias gastronómicas podían ser mayores y contar, incluso, con algunos exotismos europeos, pasando por el caviar y el champagne. Muchos más eran, sin embargo, los lugares en los que los rosarinos comunes (empleados y dependientes, pequeños profesionales, obreros, artistas, estibadores, changarines) podían encontrar mesa tendida y algunos de los platos de esa comida condimentada y abundante que había llegado con la inmigración.
En la zona céntrica o más o menos céntrica de la ciudad -lo que muchos llamaban el suburbio estaba a diez cuadras o menos, mientras que los ex­tramuros de verdad, fueran Alberdi, Saladillo, Echesortu o Refinería, aunque más lejanos, tenían también sus bares, restaurantes y fondas- la oferta era bastante variada. Lo eran, por ejemplo, El Obrero, de Pedro Castany, en Córdoba y España, donde también se recibían pensionistas, y se podía comer a toda hora "sin pretensión", a 10 centavos el plato. Castany era propietario asimismo de la Nueva Fonda Española, en Rioja al 1400, donde también se yantaba por 10 centavos y se recibía posada por 50.
Vecino de El Obrero era el Restaurante y Fonda Galileo. de Pedro Fiorito, que en los años del Centenario se emplazaba en la esquina de Córdoba y Paraguay. En él, se ofertaba "comida sana y abundante a 50 centavos, sin vino", y a la vez habitaciones amuebladas, cuyo precio oscilaba entre 50 centavos a $ 1.20 para hombres solos, y 2 y 3 pesos para familias. Cierto módico prestigio parece haber tenido también el Restaurante La Campana, de San Juan 1155, y el Restaurante Toscano, de Tulio Menoni, de muy céntrica ubicación, en Córdoba y Corrientes, que en 1917 exaltaba en su publicidad en Caras y Caretas su condición de "comedor reservado para familias", con vinos de toda clase y procedencia, en especial Chianti y Santi Aleático, y "su cocinero de primer orden".
Ofertas céntricas de calidad variable eran el Giardini d'Italia, de Pedro Donato, instalado en 1900 en Corrientes 1048 "frente a la gran Plaza Santa Rosa y del Consulado de Italia", donde se degustaban itálicas comidas regadas con vinos del mismo origen; la Rotisería Volta. de Domingo Giacchello. en Sarmiento 950; la fonda Las 3 Banderas, en Iriondo 251, de barrio Refinería; la Pensión Moderna, en Rioja al 1200, y otro local del mismo nombre en Cortada Ricardone 54 y la Pensión El Comercio, en Santa Fe 1251, donde los que comían salteado tenían la chance, día por medio, de cuatro platos y postre por 1 peso. Por la zona de las estaciones ferroviarias eran también propuestas la fonda y posada La Vascongada, en Rivadavia al 2600, y el Bar Colón, en Güemes al 1900, donde también se comía. Vecino al Mercado Central, en cambio, era frecuentado por la gente del mismo el Restaurante Nuevo Baratier, en San Juan al 1000.
El restaurante Romeo, que en la década del 10 era propiedad de Italo Carossio, aprovechaba su condición de finca lindera con el edificio de la Bolsa de Comercio, en San Lorenzo 1263, para mantener una clientela permanente, aun cuando debiera competir con los bares y cafés que abundaban en las inmediaciones. Se quedaban con su ganancia también el Jardín de Italia, en Rivadavia 2789, entre 1915 y 1920: la Fonda El Porvenir, en San Martín al 2800 ; La Viña Piamontesa, en Ju-juy al 1300, de Santiago Isoardi: el Restaurante de Vigo, entre 1915 y 1920, en Mitre 435 y otros. Algunos de estos comercios no eran estrictamente restaurantes pero tenían al arte culinario como uno de sus agregados principalísimos. Es el caso del Bar Los Bancos, que se levantaba en la esquina S.O. de Sarmiento y Santa Fe, donde se erguiría poco antes de 1930 el imponente -y todavía vigente- Palacio Fuentes. El es­tablecimiento, de Llabrés y Cía. ya funcio­naba en el Centenario, cuando Monos y Monadas promocionaba sus minutas "a cualquier hora de la noche" y se enunciaban las bondades del negocio con proclamas como ésta: "Si quiere comer bien y tomar buen vermut, venga al Bar y Rotisserie Los Bancos".
El bar tuvo inicialmente como propietario a Enrique Filippini y allí aprovisionaban los infaltables canastos de mimbre muchos de los rosarinos que iban de excursión a las islas o se anotaban en los paseos por el Paraná entre 1900 y 1920. En los años iniciales de esta última década -recuerdan algunos rosarinos añosos- "Los Bancos" contaba para el reparto de sus viandas y pedidos con unos carritos de mano, empujados por jóvenes dependientes, cuando la esquina de su emplazamiento asistía ya a un intenso movimiento de vehículos de todo tipo, desde carros y coches de plaza a automóviles y tranvías.
Por los años 20 atraían la atención avisos que aconsejaban por ejemplo: "A los enfermos del estómago les recomendamos la pensión de calle Sarmiento 550", la que a falta de nombre parecía prometer, en cambio, digestiones placenteras. Cinco años antes, la Pensión de Fuenzalida convocaba con su puchero a la española a $ 1.50 el abundoso plato, en los altos de San Martín 577, a una cotidiana clientela de gentes del puerto, de la estiba, modestos empleados y operarios, a quienes la camaradería del pan, la sopa y el vaso de vino de esas fondas y pensiones les hacía llevadera la ausencia de la familia lejana o la soledad de los sin familia.

Fuente: Extraído de la colección  “Vida Cotidiana – Rosario ( 1900-1930) Editada por diario la “La Capital