lunes, 13 de agosto de 2012

PLAZA JEWELL: ALUMBRAMIENTO FUNDACIONAL


 A partir de marzo de 1867, el panorama se transforma con un hecho trascendental: el 27 de ese mes y año -fecha que debiera ser declarada fundacional para el de­porte rosarino- un grupo de ciudadanos británicos da vida a "Rosario Cricket Cíub" que con el correr de los años se transformaría en el Club Atlético del Rosario. Aunque la intención original era la de practicar principalmente el cricket, el auge del fútbol que arrasaba en las islas británicas también llegó a estas tierras y en el campo de deportes del nuevo club, ubicado en la intersección de las actuales calles España y Salta (lo que hoy es el Colegio San José), comenzaron a realizarse los primeros encuentros de fútbol.
Al principio eran sólo disputas esporádicas, entre socios de la flamante entidad. Sus miembros más notorios, por otra parte, pertenecían a la empresa ferroviaria en auge, así como de las instituciones bancarias que, al amparo del progreso que traía el ferrocarril avizoraban un futuro de prosperidad para esta plaza. La todavía vigente e inicua guerra contra el Paraguay -una vergüenza Imborrable de nuestro pasado- permitía repartir tierras mostrencas entre los criollos que se ofrecieran voluntariamente para aquella locura mitrista. Esos terrenos carentes de dueños y, por ende, en poder del fisco, eran ofrecidos al gauchaje pobre como señuelo; la histografia liberal se place en repetir lo afirmado por Juan Álvarez en su "Historia de Rosario 1689-1939" cuando achaca a la vagancia de la peonada rosarina el fracaso de esa ley que disponía el reparto de tierras. Dice Álvarez que "...los ex guerreros (luego de la contienda) mostraban muy pocas ganas de empuñar el arado y bien pronto obtuvieron del gobierno les eximiese de poblar sus lotes". Otros investigadores desmienten esta versión y acreditan hechos muy precisos que no tardan en advertir; ello es que... "son tantos los fraudes e injusticias que para silenciarlas se deben adoptar normas adicionales (a la ley que dispone el reparto de tierras). De todas maneras, el 10 de enero de 1867 se decide la venta de todos aquellos lotes a un pequeño circulo de especuladores enriquecidos en esos años" (Rodríguez Molas, Ricardo E., "Historia social del gaucho" Ed. Capítulo, t. 159 Pág. 191).
El mismo Juan Álvarez no puede menos que reconocer en la obra citada que."..la verdad es que los lotes donados al criollaje, aunque fertilísimos, hallábanse sobre la insegura y peligrosa frontera sudoeste del departamento", dando cuenta somera de las tropelías que los indios cometían por entonces en sus habituales excursiones en sitios muy cercanos a la zona asignada a los eventuales combatientes. La realidad es que "fuera de Buenos Aires, donde muchos voluntarios se inscribieron, no se encontraban paisanos dispuestos para llenar las cuotas provinciales', dice José María Rosa en su "Historia argentina", T. 7 pág. 140, recapitulando algunos antecedentes al respecto que le llevan a acreditar a Emilio Mitre, desde Córdoba, mandaba su "cuota" de gauchos pobres como carne de cañón para la guerra 'atados codo con codo": que Julio Campos, desde La Rioja. informa que al solo intento de reclutamiento los lugareños se van a las sierras; que los "voluntarios" de Salta y Tucumán se rebelan en Rosario "apenas les quitan las maneas y que, finalmente, el gobernador Maubecin de Catamarca, al elevar al gobierno nacional la cuenta de gastos que demandó el envío de su contingente incluye el importe de "doscientos pares de grillos" que sirvieron para evitar la deserción de sus criollos catamarqueños. No es menos gráfico Gastón Gori en su libro "Vagos y mal entretenidos" tanto como Nicasio Oroño en un par de vibrantes alegatos en el Senado de la Nación al denunciar "las monstruosas Injusticias" que sufre la peonada de nuestros pagos.
En definitiva esas tierras ofrecidas tan "graciosamente" a los pobres criollos, inexorablemente fueron a parar a manos de los grandes poseedores de estancias y a los capitalistas extranjeros, siempre prestos nacionales por cualquier resorte que fuere.

De todos modos, la nobleza y generosidad del criollo hizo que aceptara sin reparos la afluencia de inmigrantes llegados desde cualquier punto del orbe, y que se integrara con ellos en la nueva sociedad. No importó que las desigualdades y privilegios se acentuaran con los años, como lo registra la minuciosa y documentada crónica de Juan Bialet Massé, en su colosal informe de 1904 sobre "El estado de las clases obreras argentinas a comienzos del siglo", al referirse a lo observa­do durante su visita a Rosario. A despecho de esa verdadera discriminación sufrida por el nativo, esa integración con el extranjero se produjo en Rosario -como en el resto de las urbes pobladas- casi sin dificultades. Quizás una excepción en la materia de nuestro análisis haya que buscarla en el club Rosario Central, que en 1903 y tras una tumultuosa asamblea decidió romper los moldes impuestos por los fundadores -no se podía ser socio de la institución si no estaba el interesado vinculado con la empresa ferroviaria, con mayoría absoluta de gerentes y personal jerárquico de nacionalidad inglesa- dando nacimiento a una nueva etapa en dicho club y "acriollando" no sólo su nombre, sino el plantel de sus jugadores, asociados y dirigentes. Pero más allá de eso, el contacto cotidiano en­tre argentinos y foráneos fue produciendo un entremezclamiento de tendencias, actitudes, gustos y costumbres que con el tiempo fueron ensamblando armónicamente. Eso trajo como consecuencia, entre otras tantas cosas, por supuesto, que muchos británicos que se extrañaban de tan insólito hábito, se ape­garan al criollo mate amargo de nuestra tierra hasta abandonar inclusive su casi adicción hacia el té tradicional que traían desde las Islas; los nuestros, por su parte, poco a poco dejaron de ser espectadores Indiferentes de esa alocada propensión por correr detrás de una pelota. En la mayor parte del país, pero fundamentalmente en Rosario, ese invento de "los ingleses locos" pronto pasó a formar parte de nuestra mejor tradición. Aprendido rápidamente por las masas criollas, le impusimos nuestro propio sello abandonando inclusive las tendencias traídas por los maestros. Ese fútbol simple, veloz, en armonía de conjunto característica de los británicos, cedió a la idiosincrasia argentina. Lo convertimos y adaptamos a nuestra manera, más lento, más bello, privilegiando lo individual a lo colectivo.
Esa coexistencia entre ingleses que pretendían enseñar y rosarinos que aspiraban aprender, duró muchos años, aún desordenadamente. Recién aparece en 1880 el segundo intento de un grupo de ciudadanos que quería conformar una entidad. El testimonio de un desaparecido periodista –Juan Dellacasa (h)- ubica el fallido propósito en las inmediaciones de la actual plaza Santa Rosa. Las dificultades fueron tantas que los escasos entusiastas del nuevo club, llamado Villa del Rosario, tras unos pocos meses plagados de contratiempos, abandonaron el intento y se incorporaron al Rosario Cricket Club. Debieron transcurrir entonces nueve años más para que aconteciera algo realmente importante en materia futbolística.

Fuente: extraído de la revista “Rosario, su Historia de aquí a la vuelta  Fascículo N• 2 de abril de 1991  Autor  Andrés Bossio