jueves, 30 de agosto de 2012

DON VENANCIO FUGGINI- ANECDOTARIO


    Ningún centralista de viejo cuño admitiría una historia auríazul que excluya el nombre de don Venancio Fuggini. Desde los primeros años de este siglo, en la esquina de Salta y San Nicolás supo don Venancio explotar un negocio de almacén, ramos generales y despacho de bebidas. Centralista de alma, Fuggini y su boliche "eran" Rosario Central. Allí se hacían las reuniones, se recibía correspondencia y llamados telefónicos, al "rinconcito" de Fuggini, como le llamaban, se llegaban los jugadores para saber cuándo y dónde debían presentarse para jugar o practicar. La patriarcal figura de don Venancio era un pedazo mismo del paisaje que formaban los antiguos caserones del Cruce Alberdi, a metros nomás del nudo de ríeles y de vías que todavía subsiste. La vieja casona de Fuggini sucumbió a la piqueta hace más de un cuarto de siglo, dejando incólume no obstante su figura de leyenda.
Allí, cuentan algunos viejos protagonistas, encontraba el club el "aval" necesario para salir de alguna estrechez económica. Allí compraban los jugadores sus botines, pagaderos en cómodas cuotas (de tan cómodas, más de uno se "olvidaba" que había que pagarlas, sin que don Venancio fuera capaz de reclamarles). Allí concurrían después de cada partido los jugadores centralistas, para tomar el liso "tirado" por su propietario, acompañado de una abundante picada de "a peso por cabeza", que tiene una rica historia …

Cuenta don Luis Indaco que, al término de los partidos, todos se reunían en el "rinconcito" de Fuggini. La comisión directiva le asignaba a don Venancio once pesos ($ 11,—) para que cada uno de sus jugadores bebiera y comiera tras cada encuentro. Pero con el tiempo empezaron a aparecer montones de "colados" que participaban del rito. Amigos y parientes de los jugadores, simpatizantes o, simplemente, "'avivados". La cosa es que cuando llegaban los futbolistas, la cuota se había completado. No había más cerveza ni salame cortado ni maníes ni aceitunas. Para festejar alguna victoria o borrar la amargura de alguna derrota, sus propios actores debían echar mano al bolsillo. La buena voluntad de don Venancio —anotando y anotando— suavizaba un poco la cosa. Pero un día don Luis Indaco tuvo una idea salvadora: propuso, que la comisión directiva le entregara, después del cotejo, UN PESO a cada jugador para que éste se arrimara al boliche y lo gastara cómo y en lo que quería. Así se terminarían los "colados". La idea fue aprobada por todos sus compañeros y don Luís —capitán del equipo— se lo propuso a la comisión directiva. ¡Para qué lo habrá hecho! Confiesa hoy Indaco que ni en su peor tarde de jugador, el peor de sus detractores le dijo tantas cosas feas como las que escuchó aquel día de un dirigente. Don Mariano Morales, tesorero del club, le dijo de todo, proponiendo formalmente en su presencia la expulsión de Indaco del club. Hubo que serenarlo y convencerlo para que ¡a cosa no prosperara, aunque no eran pocos los que ya estaban por decir que sí.
Como colofón cabe decir que Mariano Morales era amigo íntimo de la familia Indaco y un patriarcal protector del entonces adolescente Luis, lo que no fue obstáculo para que propiciara —acalorada y vehementemente— su expulsión del club…
Fuente: Extraido de la Colección de Historia de Rosario Central de autor Andrés Bossio