miércoles, 4 de julio de 2012

EL PODER DE LOS APELLIDOS


Por Rafael Oscar Ielpi


Un libro editado en Londres en 1911, bajo el título de "Impresiones de la República Argentina en el siglo XX", menciona como una de las grandes firmas del Rosario a Chiesa Hermanos, empresa familiar fundada por el inmigrante italiano Angel Chiesa en la década de 1860: "Maneja tanto dinero y su situación es tan buena que hoy puede competir con cualquier institución bancaria de la provincia". La empresa contaba para entonces con tres edificios de su propiedad en el centro de la zona comercial y bancaria rosarina; el de su comercio, de vastas dimensiones, en San Lorenzo 1050; el de San Lorenzo y Entre Ríos, suntuosa residencia de Antonio Chiesa, y el que ocupaba el Hotel Savoy, en San Lorenzo esquina San Martín.
No era casual el dato si se tiene en cuenta la preeminencia que los hombres de nacionalidad italiana tuvieron en la actividad comercial rosarina, como la tuvieron de hecho en tareas mucho más duras: hacia 1900, el 50 por ciento de los 10 mil jornaleros que pululaban en el Rosario provenía de distintas regiones de Italia y eran asimismo mayoría los italianos en profesiones que demandaban mayores aptitudes, como sastres y zapateros por ejemplo, y también era proverbial la calidad de los albañiles y constructores de ese origen.
Es cierto que sería un porcentaje minoritario de ese gran contingente de inmigrantes el que amasaría, como Chiesa, importantes fortunas y en ese sentido fueron también los italianos los que dominarían con holgura el ramo que, en general, iba a originar ese poderío económico: el de la importación, en especial de productos alimenticios, así como la representación de las grandes firmas europeas.
De ese modo, serían sobre todo italianos los apellidos que constituirían la enriquecida burguesía comerciante rosarina, consolidada en especial desde las últimas tres décadas del siglo XLX en adelante. Arturo Jauretche señalaba que "en Rosario el surgimiento de la nueva  sociedad es más directo que en Buenos Aires, pues no hay clase alta preexistente que influya con sus pautas a estos nuevos y limite el ascenso al primer plano. Aquí, los gringos triunfadores irían directamente arriba, constituyendo una sociedad burguesa por excelencia." Sin patriciado ni aristocracia en el horizonte, serían los inmigrantes los encargados de hacer fortuna y generar progreso en Rosario.
A este grupo pertenecían Luis Copello y Jerónimo Berlingieri, que iniciados en 1869 con un negocio de comestibles, el Almacén de la Bolsa, en Santa Fe y Maipú, evolucionan hasta invertir en importaciones de Italia, Estados Unidos, Francia, Portugal, España, Alemania e Inglaterra nada menos que 5 millones de francos, en 1909.
Similar poderío económico ostentarían otros genoveses, los Recagno, cuya casa importadora fuera fundada en 1858 por Santiago y Juan Bautista Recagno. En grandes carretas, que partían desde la actual Plaza San Martín en el siglo XIX, sus mercaderías eran llevadas al interior del país, a la vez que el primer barco a vapor que anclara en Rosario proveniente de Europa -el "Bianca Pertica", en 1870- con pasajeros y carga, llegó consignado a la Casa Recagno Hermanos. La representación de productos famosos entonces como el aún vigente Fernet Branca y el aperitivo Zabajone contribuirían también a su envidiable crecimiento económico
También familias notorias en el comercio y la sociedad serían los Travella, y su empresa Travella y Cía., dedicada a la quincallería y artículos náuticos en un amplio local de Córdoba y Sarmiento, presidido por la imagen recortada en metal de un barco a vela primero, reemplazado por uno a paletas luego. Apellidos italianos igualmente reconocidos social y económicamente eran los del lombardo Bautista Testoni, fundador de la fábrica de tabacos "La Suiza", y el de Luis Colombo, titular de una empresa importadora dedicada en especial a la venta de azúcar y distribuidor en todo el país de una bebida entonces popular: el Vino Tomba.
Poderosos comerciantes eran asimismo los hermanos genoveses David y Federico Campodónico, almaceneros mayoristas, cuyo comercio funcionaba en el imponente edificio que sigue en pie en la esquina SO de Mendoza y Sarmiento. También de origen itálico eran Antonio y Luis Balbiani. que hicieron fortuna con la industria licorera en la ciudad, y los portadores de otros dos apellidos que simbolizan la riqueza comercial del Rosario entre 1900 y 1930: los Chiesa, suizos de ascendencia itálica, y los Muzzio.
Angel Muzzio e Hijos, un emporio comercial de proporciones, se inició cuando el mencionado inmigrante nacido en Susa comenzó la venta de carbón y madera en Rosario, mercadería traída en barco desde Buenos Aires. Para 1916, los Muzzio importaban grandes volúmenes de madera desde Pensacola, Nueva Escocia y Ottawa; traían hierro ondulado desde Inglaterra y en barra desde Bélgica así como gran variedad de artículos esmaltados de Europa y Estados Unidos.
Tan poderosos como los anteriores y más aún resultarían los Chiesa, con la empresa familiar Chiesa Hermanos, cuyos comienzos se remontan a 1870, cuando Aquiles Chiesa, suizo, y Pedro Máspoli compran una "pequeña tiendecilla al por menor" y deciden encarar el negocio de venta de artículos para el agro. La muerte del segundo dejó el negocio en manos de sus socios Aquiles, Pedro y Antonio Chiesa, quienes prosperaron en forma vertiginosa, adquiriendo una hectárea en pleno centro de la ciudad, en la manzana de las calles San Lorenzo, Urquiza, Sarmiento y San Martín, donde instalan la casa central, y otro predio importante en la man­zana de Corrientes, Paraguay, San Lorenzo y Urquiza.
Ya por 1916 los hermanos habían dejado de ocuparse de los asuntos comerciales de la familia, y vivían gran parte del año en Suiza o en Italia, cuando no veraneaban en sus propiedades en las sierras de Córdoba.
A estos apellidos italianos pueden sumarse el de los hermanos Enrique y Federico Queirolo, también genoveses como muchos otros y dedicados a la importación, con un vasto edificio, aún subsistente en la esquina de Entre Ríos y Tucumán: el de Enrique Brusaferri. milanés, cuya empresa dedicada a la importación de artículos navales y de ferretería, se contaría entre las más poderosas, y Alessandro Máspoli, dedicado a la construcción de edificios y carpintería de obra y responsable de algunas obras notables en el Rosario de esos años: el Hotel Savoy, el Banco Francés o el edificio de La Bola de Nieve, en Córdoba esquina Laprida, el más alto de la ciudad en los primeros años del siglo.
Pueden agregarse a la lista otros apellidos de pro como los de Pinasco, Castagnino, Cassini, Zamboni, Pagliano y otros como el de Benvenuto, de enorme fortuna, formando parte de la poderosa clase social que contribuiría de modo decisivo a dar a Rosario su fisonomía urbana e incluso una mentalidad peculiar, que sobreviviría incluso mucho tiempo, aún después de que algunas de esas grandes fortunas se desperdigaran en herederos despilfarradores o inhábiles, o en fracasos comerciales.
Los italianos que no tenían posibilidad de ascenso económico rápido -y muchas veces ni siquiera de ascenso económico-, que eran la gran mayoría, pasaron, junto a árabes, polacos, rusos, alemanes, franceses, judíos, etc., a engrosar los grandes batallones de vendedores ambulantes, jornaleros, domésticos, albañiles, changarines, estibadores, cocheros, comerciantes, que iban a modificar la fisonomía urbana de Rosario y obligarían a un apresurado incremento de la construcción de viviendas, para alojar a semejante masa de personas, lo que tendría que ver incluso con el cambio de hábitos culinarios tradicionales. De todo eso fueron "culpables" aquellos inmigrantes que llegaban por miles a integrase a esta ciudad donde siempre había posibilidad de encontrarse con un pariente , un amigo, un connacional siquiera, que alentara la posibilidad de la radicación definitiva, del trabajo y de la solidaridad.
Los españoles serían otra colectividad fundamental y constituirían parte esencial del crecimiento y progreso de Rosario en las primeras décadas del siglo, de la mano de algunos comerciantes notorios, sobre todo, y de los cientos de almaceneros de este origen que instalaron sus más modestos negocios en todos los rincones de la por entonces apacible ciudad. Aquellos inmigrantes provenían en su mayor parte de tierras asturianas, gallegas y andaluzas, pero vinieron también vascos, canarios, catalanes, castellanos, etc., sobre todo a partir de los años del Centenario, cuando la guerra con Marruecos hizo que muchos españoles, sobre todo los jóvenes y otros que habían dejado de serlo no hacía mucho, prefirieron emigrar a integrarse a los ejércitos que pelearían contra los moros.
De origen ibérico serían entonces muchas de las grandes firmas comerciales de principios de siglo, como la de Ignacio Granados, que importaba desde el chocolate Godet a la sidra asturiana; Modesto Canut, un catalán que llegara a Rosario en 1888 y se convertiría en uno de los grandes fabricantes de confites, turrones y barquillos, en sociedad con otros dos connacionales, Audet primero y Pujol después, y con una fábrica, "La Industrial", en Pueyrredón entre Jujuy y Salta, que daría trabajo a un centenar de hombres y mujeres; o Víctor Echeverría, que con Esteban Morcillo forma una sociedad dedicada, durante cerca de siete décadas, al negocio ferretero, con amplio local en San Martín 1058.
También de ascendencia hispana eran otros apellidos de sólida vinculación con el comercio y la riqueza, como los García, fundadores de La Favorita; los Cabanellas, cuya panadería y confitería Europea, en San Luis al 1100, fuera tradicional en la ciudad y cuya fortuna les permitió la construcción, con proyecto y dirección del gran arquitecto catalán Francisco Roca -emparentado con la familia y que en cinco años de residencia en la ciudad dejó obras tan vigentes como el edificio del Club Español, joya del "art noveau" catalán-del llamado Palacio Cabanellas, en la esquina S-O. de Sarmiento y San Luís; los Terán, de la Tienda Buenos Aires; o los Casas, que a través de uno de ellos, Casiano, tuvieron importante papel en el desarrollo inmobiliario y comercial de la ciudad.
Los asturianos tendrían dos familias notorias en el comercio y el desarrollo rosarino: los García, ya citados, y los Rodríguez, que a través de Francisco inician en 1915 el aún vigente ciclo de Cafés La Virginia S.A.
Otros nombres insoslayables son los de Juan Fuentes, cuyas rentas anuales en 1910, por las ganancias de la producción de sus campos y estancias, alcanzaba a la friolera de 3 millones y medio de pesos y cuyo Palacio homónimo se alza aún imponente en la esquina S.O. de Sarmiento y Santa Fe como símbolo de su solvencia económica; y el de Juan Canals, un dinámico catalán a cuyo empuje económico se debió la construcción del edificio de los Tribunales de Justicia, frente a la Plaza San Martín, y que participara en negocios con la Municipalidad de Rosario. La residencia de Canals, en el centro de la manzana comprendida entre Rioja, San Luis, Moreno y Dorrego pasaría a ser Asistencia Pública o Palacio de la Higiene luego de los sucesivos fracasos económicos de Canals, que terminaría sus días en Buenos Aires poco menos que en la más franciscana de las pobrezas...
No menos fortuna y posesión social amasaron otros inmigrantes españoles como Miguel Montserrat, arribado en 1890 y fundador con Pedro Remonda de otras de las grandes empre­sas dedicadas a la venta de madera y maquinaria agrícola; los Colombres. cuya firma, fundada por Lástenes Colombres en 1876, se dedicaba a la comercialización de azúcar en enormes volúmenes pero también a la industria licorera, con establecimiento en  Bvard. Oroño 740, donde se elaboraba por ejemplo la caña El Colono, una de las más populares en los primeros años del siglo XX, y Luis P. Suárez, fundador del Jockey Club y de la Sociedad Rural, poderoso estanciero cuya mansión, un chalet de estilo inglés en Bvard. Oroño y Rioja, "daba mucho aspecto a la ciudad".

Fuente: Extraído de la colección  “Vida Cotidiana – Rosario ( 1900-1930) Editada por diario la “La Capital