lunes, 7 de noviembre de 2011

Rosario y la Mafia - 2° Parte


Por Javier Etcheverry

El secuestro extorsivo puede dividirse en diferentes aspectos o etapas. Primero, se realizaba la labor de inteligencia para conocer el medio en el cual se movía la víctima. En esta fase se contactaba al entregador, alguien cercano a la víctima y que también solía estar ligado a la organización mafiosa. Este tipo de sujetos nos recuerdan a los "vichadores" (blancos renegados o comerciantes compradores del ganado y otros productos robados) que servían de informante y entregadores a los malones indígenas en el siglo XIX en el ámbito de la llanura pampeana. Luego, se procedía a la captura de la persona elegida a través de la menor violencia posible. Seguidamente se le trasladaba al lugar de ocultamiento, generalmente casas de particulares, donde permanecería hasta el pago del rescato. Una cuarta etapa era el pedido del dicho rescate a los familiares de la víctima. Solían enviarse cartas escritas por las mismas víctimas rogando por el pago del rescate y expresando que se hallaban bien. Una vez que los parientes accedían a tal requerimiento, se les daban una serie de complejas instrucciones para evitar cualquier trampa que se les quisiera tender a quienes iban a recoger el dinero. Por último venía la liberación del cautivo y el reparto de la plata entre los miembros de la banda.
       La mafia local utilizaba para sus operaciones (reuniones, ocultamiento de los cautivos) domicilios particulares o lugares de trabajo pertenecientes a sus miembros. Como decíamos anteriormente, parece que la mafia no invertía en calidad de grupo, debiendo así recurrir a medios particulares para efectuar sus tareas.
       La organización mafiosa local se fue diferenciando internamente con el tiempo. Al principio los mafiosos eran todos personas humildes, recordemos por ejemplo que Juan Galiffi se instala en el país como simple agricultor. Luego, la mayor habilidad de algunos para las actividades delictivas y económicas en general hizo que se convirtieran en capos destacados, mientras que el resto de los mafiosos eran meros subordinados que acataban las órdenes de aquellos por temor, interés económico o respondiendo a deudas contraídas. Entre los capos y sus subordinados se establecían lazos clientelares que hacían de la mafia una "gran familia". Las disputas internas o las confesiones de mafiosos presos que quebraban el código de la organización (la omertà) atentaban contra la unidad de esta familia extensa.
       Los primitivos lazos que unían a los mafiosos locales eran la procedencia de un mismo lugar (el "paisanaje") --a veces hasta de una misma aldea-- y los vínculos familiares. Así, en las crónicas policiales suelen aparecer implicados varios hermanos (por ejemplo, los Vinti o los Curaba), las esposas, cuñados u otros familiares.
      El relato del verdulero Luis Buttice acerca del secuestro de los menores Nannini y Gironacci de Arroyo Seco nos da una idea de cómo se organizaban este tipo de operaciones. Buttice, como el lechero Gallo en el caso Martin, no era un mafioso activo. En su declaración a la policía cuenta que poco antes del secuestro de los menores había sido apalabrado por un amigo y paisano, Felipe o Juan D'Angelo, cuando se hallaba en el barrio de los prostíbulos (Pichincha). D'Angelo iba acompañado de otra persona, "Chicho Marrone" (es decir, "Chicho Chico"). Ambos le propusieron una "changa": albergar a dos menores secuestrados. Buttice afirma que en primera instancia no aceptó y que una vez concluido el reparto de verdura se dirigió con su carro al hogar, Ituzaingó 4020. Delante del portón de su casa estaba estacionado un automóvil, con Marrone en su interior y D'Angelo junto al portón. Cuando ingresó a su domicilio se topó con Romeo Capuani y Santos Gerardo y con los dos menores secuestrados.
      El primer secuestro conocido efectuado por la mafia local fue el del joven cochero José Sabater o Zapater, de origen catalán.
Fuente: http://www.abarcusrosario.com.ar/hist_ros.htm