miércoles, 12 de octubre de 2011

Victoria, destino de agua

La bicentenaria ciudad de las Siete Colinas y su anhelado sueño de unión con la otra orilla: Rosario

“El río que me trae y que lleva -canal de amores, surco de bonanzas- es la historia del pueblo y de sus gentes inédita en la historia de la patria”.
(“La de las 7 colinas”.
Gaspar L. Benavento

Por Cecilia Oberti*

El río y la otra orilla. El destino del agua: marchar para volver. Así, siguiendo ese destino muchos victorienses emigraron hacia la orilla santafesina. Tal vez la sangre gringa hizo que miraran el río como alguna vez sus antepasados miraron el mar y, desde la Vieja Europa, se lanzaron con la esperanza de encontrar nuevos horizontes en la América que, "troppo lontana", ofrecía una tierra de promisión. Tal vez por eso, el río fue siempre la esperanza de un futuro mejor y fue el "norte imaginario" de una brújula que apuntaba siempre hacia Rosario, tan lejana y tan cercana a la vez. Los 60 km que separan a ambas ciudades pueden recorrerse hoy a través del enlace vial Rosario-Victoria, en escasos minutos. Pero al transitar esa distancia, pocos imaginarán que esa conexión física fue el sueño victoriense de casi un siglo. Don Ángel Piaggio, nacido en Victoria, perteneció a la generación de los primeros hijos de inmigrantes que dejaron obras importantes para el progreso de los pueblos y desde su puesto de subprefecto, tuvo la oportunidad de conocer, palmo a palmo, los riachos y arroyos de la región. "Ocupó sucesivamente diversos cargos: Subprefecto del pueblo de Victoria, en 1898, Jefe de Policía, Diputado y Senador en la Legislatura de Entre Ríos, por varios períodos. Dedicó su vida al bien público, promoviendo y cooperando en todas las iniciativas de adelanto y bienestar general. (...) La paz del deber cumplido y la pobreza lo acompañaron en sus últimos años. Había trazado para su pueblo la ruta del futuro opulento y sus golpes con la pala y el pico abriendo el camino a Rosario repercutirán siempre en la sensibilidad del pueblo entrerriano. Fue un visionario." (1) Don Cleto Colman, un lugareño conocedor de los recodos de las islas fue quien dio el dato preciso a don Ángel Piaggio para que éste pudiera vislumbrar en su magnífico pensamiento pro­gresista la posibilidad de unir Victoria a Rosario por la vía fluvial. La adelantada visión de Piaggio emprendió la encomiable tarea de construir el primer canal hacia Rosario aunando todas las voluntades de su generación, sin hacer distinciones partidarias ni religiosas. La labor demandaría el esfuerzo y la dedicación de todos los brazos que fueran necesarios. Esta tarea fue reconocida, años después, en 1901, por el Gobierno de la Nación que envió al ingeniero Edmundo Soulages a verificar la importancia del canal y su utilidad. "Los hombres y el comercio de Rosario y Victoria aportaron el capital y don Ángel Piaggio y sus isleros cavaron a pala y pico el cauce del arroyo Campana uniendo las aguas del Barrancoso con las del Timbó Blanco. Victoria y Rosario quedaron unidas definitivamente desde 1898. (...) Las penurias incruentas que pasaron don Ángel y sus peones trabajando con el agua a la cintura atados con cadenas y sogas, fue debidamente apreciado por la población que se volcó incontenible a celebrar la nueva obra, el camino hacia el porvenir" (2). Estas y otras razones dan mérito a don Ángel Piaggio para que hoy, en justo reconocimiento a su obra, se imponga su nombre a la cabecera Victoria del enlace vial, propuesta impulsada por personas y organizaciones civiles pero que, hasta el momento, no ha sido considerado en ámbitos oficiales.

De La Matanza a Victoria
"Te bautizaron Matanza.
¡Qué mal te quedaba el nombre Tierra de trigo y calandria!"
("Entre Ríos, tierra de horneros". Gaspar L. Benavento)

La Bicentenaria ciudad de Victoria no cuenta con fecha ni acta de fundación pero se toma como inicio poblacional el 13 de mayo de 1810, momento en que se erige el Primer Oratorio de La Matanza, por iniciativa de don Salvador Joaquín de Ezpeleta, vasco de nacimiento (n. en Guipúzcoa) y considerado -sin serlo- "el Fundador". Mucho antes de la llegada de Ezpeleta, acaudalado comerciante de la Bajada del Paraná, producida a principios del siglo XIX, el poblado fue iniciándose sobre el lugar de la tragedia que dio el nombre primigenio a la ciudad de Victoria. Es en documentos de la Iglesia, de 1779, donde aparece la primera men­ción del poblado de La Matanza pero don Tomás de Rocamora no lo señala en su Primer Mapa de Entre Ríos, que data del año 1782. Este nombre evoca el trágico hecho histórico en el que murieron los últimos pueblos originarios replegados en la zona. "En cuanto al primitivo nombre de Victoria habría sido tomado del arroyo La Matanza, así llamado a raíz de un sangriento combate desarrollado en 1749 entre tribus charrúas y tropas del Teniente Gobernador de Santa Fe, Don Francisco Antonio de Vera y Mujica y en el cual los aborígenes resultaron derrotados con apreciable mortandad de hombres". (3) Precisamente, uno de los lugares más visitados por los turistas es el denominado Cerro de la Matanza, lugar que recuerda aquel enfrentamiento y que posee un tesoro natural único: el Monte de los Ombúes, declarado reserva ecológica. Sabido es que esta hierba gigantesca crece en solitario, de manera que resulta una atracción poder ver esta formación natural o esta particularidad de agrupamiento Tanto al Cerro de la Matanza con la Abadía del Niño Dios, situada en la cercanías, es posible llegar, desde Rosario, tomando hacia la izquierda en rotonda de la cabecera del enlace vial. El legado de los Monjes Benedictinos provenientes de la Abadía de Belloc, Francia, incorporados a Victoria desde el año 1899, ha sido de suma importancia para la vida social y religiosa la ciudad. Con el correr del tiempo fueron materializando la iglesia abacial, la cripta, el seminario -creado 1903- y, hace pocos años, la nueva iglesia y el anexo donde se comercializar los productos Monacal elaborados con antiguas recetas y con nuevas tecnologías para que el visitante pueda degustar: licores hechos a base de hierba dulce de leche, jalea real, caramelos miel y de propóleo, entre otros. Pero también quienes buscan paz, retire armonía con la naturaleza, hallarán en ese lugar de oración lo que ansían .A pocos pasos de la Abadía, se encuentra el arroyo El Ceibo, cuyo manso caudal se embravece en tiempos abundantes lluvias, aportando al  paisaje el refrescante paso del agua que desliza por una cascada a la vera lo que fuera el viejo Molino harinero Tomando rumbo hacia la ciudad bordeando su costa, puede disfruta] de un paisaje ribereño único que hecho decir a algunos viajeros que hay crepúsculo más bello que el q puede apreciarse desde la costanera o desde lo alto de las colinas, junto al río. En ese paisaje, se mixtura naturaleza con los nuevos atractivos y solares de descanso o recreación restaurantes, playas, arboledas, camping, hotel cinco estrellas, casino y un deslumbrante atardecer de pájaros sobre el riacho, invita al descanso. El poeta Juan de Mata Ibáñez señala acertadamente, en un artículo publicado en 1954: "Es una ciudad blanca, sus­pendida en la cresta de las colinas. Desde todos los caminos que llegan se la ve como una paloma en descanso, con la sensación del vuelo imprevisto. Victoria, enamorada de su río pequeño y manso, baja de sus colinas cada tarde y tiene su encuentro de amor con el agua" (4). La Avenida Costanera lleva el nombre de otro gran benefactor de la ciudad: el doctor Pedro Radío. A este médico, legislador y diplomático, oriundo de Paraná, capital de la provincia de Entre Ríos, pero radicado desde 1919 en Victoria, cuando contaba apenas veinticin­co años de edad, la ciudad de las Siete Colinas le debe la finalización del edificio de la Escuela Normal, el Hogar de Ancianos, el Pabellón de Niños y la Sala de Rayos del hospital local, el edificio de la Escuela Técnica -que también lleva su nombre-, la remodelación del nuevo puerto, el edificio actual de la Prefectura, el primer camino pavimentado -Boulevard Brown, conocido como el "Camino Blanco"-, la Avenida Centenario y la pavimentación de numerosas calles céntricas que aún hoy mantienen su estructura de sólido cemento. Todas estas obras fueron realizadas en un lap­so de aproximadamente dos décadas y la que fuera su casa, hoy alberga el edificio de la Escuela Media y Superior de Artes Visuales "Dr. Raúl Ricardo Trueco". El doctor Pedro Radío falleció en Rosario, a la edad de 62 años, y sus restos descansan en Victoria, la ciudad que amó y a la que dedicó su "hacer" para que el pueblo encontrara, en sus instituciones y con una fisonomía arquitectónica característica, su "ser".

La ciudad de las Rejas

"...y más allá perdido en el boscaje como en un plumerío de torcazas,
claro, el Quinto Cuartel y su calera que era un orgullo en la pequeña patria'
"La de las 7 colmas". Gaspar L. Benavento

Un capítulo amplio en la historia del pueblo y de su gente lo constituye la inmigración, proveniente de los más diversos lugares de Europa y de Oriente Medio. Principalmente, el mayor caudal de inmigración venía desde el País Vasco y de Italia. Vascos y genoveses, que vinieron con la idea de "hacer la América", asentaron la concreción de sus proyectos en el Quinto Cuartel, patrimonio histórico-cultural que se convierte en referencia ineludible del pasado próspero de la segunda mitad del siglo XIX que posicionó a Victoria en los primeros lugares de producción de vinos y cal, además de lo cosechado en plantaciones de olivos y frutales, entre otras mercancías que salían desde el viejo puerto hacia lejanos sitios del país y también allende el mar. El trazado de la ciudad hecho a la usanza española, divide el núcleo urbano en cuatro cuarteles y, por estar fuera del mismo, hizo que se conociera como Quinto Cuartel al antiguo Barrio de Las Caleras, primer polo de desarrollo económico de Victoria. Aún conserva este lugar, los restos de una historia que testimonia silenciosamente épocas florecientes junto a un río que ya no es igual. Desde las ruinas del viejo puerto y la vieja Subprefectura crece, desde la fantasía, la visión de vascos y genoveses en su trajinar cotidiano, que mantuvieron en la nueva tierra de promisión, sus costumbres, sus tradiciones y sus creencias, forjando así el dinamismo de una economía basada, como hemos dicho, en la industria de la cal, las pesquerías y los demás productos que ofrecían los viñedos, los olivares, las quintas con sus árboles frutales y el campo mismo, con su agricultura y ganadería. Los barcos partían desde allí y resulta un hermoso juego de la mente poder recrear en la imaginación las carretas que se dirigían al muelle de embarque a través del Puente de Antón, un puente de piedra que suele dejarse ver cuando las bajantes del río lo permi­ten. Mientras el viejo camino de la cal ha borrado su blanco rastro desde el Puente Verde -ubicado en sentido diagonal, en el otro extremo de la ciudad-, los silenciosos hornos se mantienen de pie, como fríos fantasmas de Barrio de Las Caleras, primer polo de desarrollo económico de Victoria. Aún conserva este lugar, los restos de una historia que testimonia silenciosamente épocas florecientes jun­to a un río que ya no es igual. Desde las ruinas del viejo puerto y la vieja Subprefectura crece, desde la fantasía, la visión de vascos y genoveses en su trajinar cotidiano, que mantuvieron en la nueva tierra de promisión, sus costumbres, sus tradiciones y sus creencias, forjando así el dinamismo de una economía basada, como hemos dicho, en la industria de la cal, las pesquerías y los demás productos que ofrecían los viñedos, los olivares, las quintas con sus árboles frutales y el campo mismo, con su agricultura y ganadería. Los barcos partían desde allí y resulta un hermoso juego de la mente poder recrear en la imaginación las carretas que se dirigían al muelle de embarque a través del Puente de Antón, un puente de piedra que suele dejarse ver cuando las bajantes del río lo permiten. Mientras el viejo camino de la cal ha borrado su blanco rastro desde el Puente Verde -ubicado en sentido diagonal, en el otro extremo de la ciudad-, los silenciosos hornos se mantienen de pie, como fríos fantasmas de que aquellos inmigrantes no imaginaban cómo sería su nuevo habitat y construyeron sus residencias a la usanza europea. "Esas casas tenían en Europa un doble destino y obedecían, además, a otras razones. Eran establo en la planta baja y habitación de la familia en el piso alto. Pero ni como la tierra ni los animales eran escasos aquí, ni tampoco eran crudos los inviernos, no tenía justificación que las construcciones se hicieran así. Sin embargo el trasplante inmigratorio no advirtió la diferencia del medio y construyó aquí como lo había hecho allá" (5). Hoy, ese paisaje en sepia se mixtura con el moderno y atractivo colorido del Parque Temático Termal que se levanta en un balcón al río. De los primeros pobladores de la Matanza, que se radicaron en 1810 junto a don Salvador Joaquín de Ezpeleta, no hay datos precisos en cuanto a núme­ro se refiere pero "el Censo de 1849, denuncia un incremento notable de población. Los italianos han hecho su aparición en 1832. Una corriente de españoles y vascos había iniciado ya su vida activa integrándose a través de las actividades comerciales al núcleo de labradores y artesanos que poblaban la villa desde sus horas iniciales" (6). Ac­tualmente, y según datos provisorios del Censo 2010, Victoria cuenta con aproximadamente 38 mil habitantes, incorporando a su sociedad civil un significativo número de personas oriun­das de lugares diversos de Argentina que han optado, para su residencia, por la tranquilidad que ofrece la ciudad. Pero retomando lo dicho sobre la inmigración, los primeros italianos arribaron entre 1833 y 1837, provenientes en su mayoría de Genova, y su aporte para el desarrollo eco­nómico de Victoria es invalorable. Al poco tiempo de su arribo, los genoveses iniciaron empresas de navegación y bancos privados, trabajaron los mejores campos del departamento convirtiéndose en ricos ganaderos y agricultores, sin dejar de mencionar el próspero negocio que significó la explotación de la cal. La instalación de las primeras caleras fue obra de los vascos pero, sin duda, la etapa des­tacada de industrialización se debe a la labor de los genoveses, quienes también desarrollaron molinos harineros y pesquerías con fines industriales, elaborando aceite y guano en rama preferentemente de sábalo. El sello italianizante está presente en la arquitectura victoriense siguiendo, en general, las características de las prinçcipales ciudades aledañas, como lo son Rosario y Paraná. Si se trata de particularizar, el detalle que es un símbolo de identidad para Victoria es el que dio lugar a la denominación de "Ciudad de las Rejas” por aquéllas que con complejo diseño adornan pretiles de azotea, marquesinas y portales, como verdaderos encajes de hierro forjado construidos por manos artesanas que dieron gran impulso a la construcción ce el período 1840-1890 y que definen su personalidad urbana pero es alrededor de 1920, cuando se evidencia la influencia del estilo afrancesado que puede verse aún hoy en los balcones.
Ese embrujo llamado Carnaval
“….el pueblo está en la calle con su orquesta, Vire su historia azul de mascarada. ¡Dale que va!, ¡Victoria, todavía!,  con su carroza de cien mil cometas."
"Cosas de los días". Marta Zamarripa

Los niños hacen sonar tambores improvisados con latas, emulando el latido del corazón que presagia el hechizo. Es el carnaval que se anuncia en el sentir de todo un pueblo. ¿Qué extraño sortilegio se produce? ¿Qué encanto? ¿Qué extraña magia cae sobre la piel y el alma de la gente, sin edad? Nadie lo sabe. Pero es la fiesta popular más antigua de Victoria; la que convoca al amo y al esclavo como en las antiguas saturnales o bacanales. ¿Quién fue el primero que se pintó la cara? ¿Quién fue el primero que tomó el tambor con ese sonar característico? No lo sabemos. No lleva nombre. Por eso el pueblo es el dueño de la fiesta y no hay manera de que se convierta en espectáculo o en atracción circense para ser sólo espectador. Quien llega a Victoria en carnaval, forma parte de la fiesta, es protagonista. Ese es el espíritu que lo mantiene vivo. Recorrer las calles, a la hora de la siesta, para jugar con agua o escuchar los tambores en la costanera, en los barrios, en la plaza principal y estar en medio de todo aquello: eso es el carnaval en Victoria. Preparar las comparsas, las carrozas, coser el disfraz de "mascarita" con careta de trapo y con lo que haya a mano, es la postal repetida. Y cada tarde, después de la "carnavaleada" con agua, comenzar los preparativos para marchar al "Corso", en barra con los amigos o en solitario. Poco importa en qué o con quién se va, si allá se mezclan todos para vivir la fiesta. "¡Farolitos de colores encendidos en el alma! ¡Ha llegado el carnaval!...". Así lo ha anunciado por años la voz del ya legendario locutor, Raúl Pedemonte, para dar marcha al carrusel de luces que arde en la pasión de todos. Décadas atrás el carnaval subía las colinas hasta llegar a la Plaza San Martín frente a la Iglesia Parroquial Nuestra Señora de Aránzazu, la virgen vasca que trajo "el Fundador" Ezpeleta y cuyo templo está siendo restaurado para recuperar una joya exquisita del patrimonio arquitectónico y cultural campanas de sus torres señalaban medianoche para dar fin a la fiesta como dice Joan Manuel Serrat en canción, "la zorra pobre al portal, zorra rica al rosal y el avaro a las divisas", porque el hechizo terminaba hasta la próxima noche de ilusión, los últimos años, las calles del ce se despoblaron de fantasía y el carnaval bajó hacia el río y, junto alto, hoy resplandece con sus luces. El historiador Carlos Anadón re" lo siguiente: "El carnaval tuvo de antiguo en Victoria, un furor singular En los primeros años del siglo XIX, desborde sin control, el juego vio' to, las incidencias que provocaba; terminó el decreto, del 21 de octubre de 1848, del General Urquiza aboliendo para siempre tanto el Carnaval los tres días antes de miércoles de cenizas como otro Carnaval creado el Gobierno del General Echagüe que se realizaba los 29 de octubre".
Después de 1868, se instala en Victoria una sociedad denominada "Los Pobres Iniciadores" patrimonio arquitectónico y cultural Iniciadores", fundada por don Juan Cánepa, con un solo objetivo: "la Diversión Carnavalesca y su propaganda; la Filantropía y la Unión. Durante años festejaron los carnavales además, contribuyeron a toda de beneficencia pública. Dice al : don Carlos Anadón: "Los Pobres Iniciadores  inundaban de música la Victoria de entonces". (8) .A un siglo de aquella Sociedad Carnavalesca, nacía Terror Do Corso feliz idea de unos jóvenes amigos salieron disfrazados a divertirse y el correr del tiempo, fueron conocidos y desconocidos crear una leyenda viva, una ex-que, aún hoy, es una muestra de la popularidad de las carnestolendas" victorienses. No hay carnaval sin “Terror” y "Terror" es el auténtico de Victoria, sin diferencias, rótulos, sin condicionamientos vestir el disfraz. La única con-cs divertirse, vivir la fiesta. "Terror Do Corso" es una expresión que de la "mascarada" y la alegría del carnaval a convertirse en Sociedad Filantrópica, pero merece un capítulo en el relato de sus fundadores
* Escritora  victoriense. Profesora en , Literatura y Latín

(1)  Carlos Anadón-María del Carmen Murature de Badaracco: ''Historia de La Matanza-Victoria". 2a Edición ampliada. Editorial Los Gráficos. Victoria, Entre Ríos. 1995.
(2) Anadón-Badaracco: Op. Cit.
(3) Aníbal S. Vázquez - "Dos siglos de vida entrerriana". Paraná. 1950.
    Juan de Mata Ibáñez - "Victoria, la ciudad y el río". "La Capital". Rosar io-21 de marzo de 1954
(4) Raúl Ricardo Trueco: "El 5° Cuartel, Ceniza y Humo". 2o edición. Editorial Del Castillo. Rosario. 2010.
(5) Anadón-Badaracco: Op. Cit.
(6) Carlos Anadón: Artículo periodístico publicado en el Diario La Mañana. Victo­ria, Entre Ríos, 16 de febrero de 1978.
(7) Carlos Anadón: Op. Cit.

Fuente: Artículo publicado en la Revista “Rosario, su Historia y Región.  Fascículo Nº 92 de Diciembre  de 2010