miércoles, 10 de noviembre de 2010

La familia Newell y la enseñanza

Por Elías Díaz Molano




En la segunda mitad del siglo XIX, la afluencia de inmigrantes europeos a Rosario motivó el surgimiento de colegios, liceos, escuelas y academias, donde aparte de impartirse enseñanza primaria y secundaria en idioma castellano, se incluía en los planes de estudio un idioma extranjero, italiano, francés o inglés, destinado a perpetuar en los hijos el habla de sus progenitores.



Entre esos establecimientos educacionales figura el Colegio Anglo Argentino, fundado en 1884 por Isaac Newell, al que nos referiremos en este trabajo. Su biografía la hemos recordado en otra ocasión, pero insistimos para ocuparnos, no sólo de él, sino también de su distinguida familia, su esposa, sus hijos y demás descendencia, ilustre ramaje que embellece el tronco y nos da la fisonomía integrada del árbol.

Isaac Newell



Lo cierto es que, ante todo, debemos agradecer la amabilidad de doña Catalina Dodd, nuera de don Isaac (ya desaparecida), con quien conversamos hace bastante tiempo, y la afectuosa información epistolar recibida últimamente de doña Violeta C. Newell de Rubinstein, nieta y del doctor Claudio Newell, abogado, bisnieto, residentes en Rosario la primera y en Córdoba el otro. A ellos debemos una parte muy valiosa de nuestra versación sobre el tema.



Isaac Newell vio la luz en Inglaterra, en la pequeña y riente ciudad de Rochester, el 24 de abril de 1853. Su infancia feliz se desarrolló entre las preocupaciones del estudio y el juego con otros chicuelos de su edad, por las calles y a lo largo del Medway.



Dotado de un espíritu inquieto y soñador, lector apasionado de Dickens (nuevo David Copperfield debió sentirse), a los 16 años abandonó la tierra natal, a bordo de un buque de carga y pasajeros, como grumete. Aprovechando que se dirigían a la Argentina algunos amigos de su padre, el pequeño Isaac no viajaría tan sólo, pero dejaba el corazón desgarrado de la madre, que se opusiera en vano a la partida.



La nave que lo condujo tenía un destino, Rosario, y aquí amarró junto a uno de los muelles que ya poseía el naciente Ferro Carril Central Argentino, al comienzo de la calle Entre Ríos. Esto ocurría en 1869.



Con gran ansiedad debió subir el joven la barranca. Portador de un pequeño bagaje, buscó una dirección y se detuvo frente a la casa desde 1898 señalada con el número 139 de la calle Entre Ríos (donde funciona actualmente el Colegio Nacional 2). Sacó del maletín una carta dirigida al morador de esa vivienda e hizo funcionar el llamador. Fue atendido por una señora alemana, el ama de llaves, quien felizmente hablaba también el inglés, de modo que pudieron entenderse.



–Traigo esta carta –debió decirle– para Mr. Wheelwright.



El dueño de casa no tardó en acudir, brindándole la hospitalidad que el muchacho esperaba. De inmediato le consiguió un empleo en las oficinas del ferrocarril, como aprendiz de telegrafista. El joven se inscribió, además, como alumno del Colegio Nocturno que funcionaba junto a la iglesia metodista, instalada en la esquina noreste de las calles Salta y Progreso, actual Mitre, ambos atendidos por el reverendo Tomás B. Wood. El colegio ocupó luego un amplio predio en la calle Entre Ríos entre las de Urquiza y San Lorenzo.



Terminado su aprendizaje de telegrafista, trabajó un tiempo como tal en el Ferrocarril Central Argentino, luego en la inspección general del Telégrafo Trasandino, en Villa María y, a continuación, fue nombrado jefe de telégrafos de San Luis. Mientras se encontraba en Villa María, en 1873, recibió la noticia del deceso de su protector Wheelwright y, dos años después, al no adaptarse al clima de San Luis, presentó su renuncia con el ánimo de regresar a Rosario.



De su actitud en aquella circunstancia, da debida cuenta el texto del certificado que se le extendiera, en Villa María, el 6 de febrero de 1875. Dice así: “El Señor Don Isaac Newell ha renunciado del puesto de Jefe de la Oficina Telegráfica de San Luis que ha ocupado con toda honradez, laboriosidad y inteligencia; su estado de salud, no le permitía por más tiempo residir en aquella provincia. El que firma, en vista de la insistencia, tuvo que aceptarle la renuncia interpuesta; pero ha sido con todo sentimiento por perder uno de los mejores empleados de la empresa; quien se ha hecho acreedor a toda clase de recomendación, por cuyo motivo le otorgo la presente para que en todo tiempo le sirva para hacer constar los buenos e importantes servicios que él ha prestado en esta línea telegráfica. A. Vogliano. Inspector General”.





No encontrábase, en efecto, equivocado. En Rosario estaba su porvenir. Continuó manejando el aparato de Morse y volvió al Colegio del Rev. Wood, pero esta vez para perfeccionar sus estudios en inglés y otras materias. Allí conoció a una joven alumna, Ana Margarita Jockinson, hermosa rubia, de grandes ojos azules, condiscípula suya, con quien inició relaciones muy amables.



Ana Margarita, si bien era alemana por adopción, había nacido en Londres, donde vivían sus padres en calidad de refugiados de guerra.



El romance se anudó con fuerza y pronto contrajeron enlace, exactamente el 4 de diciembre de 1876. Isaac tenía apenas 23 años y Ana Margarita algunos menos. Como ambos poseían un ansia desmedida de saber, siguieron estudiando hasta lograr los dos, un par de años después, su título de profesor de inglés. Este hecho de por sí implicaba, además, haber adquirido un dominio acabado del castellano. Ese mismo año de la graduación, el 26 de mayo, nacía el primer hijo, Claudio. Luego, vendrían otros dos: Liliana y Margarita.



Dispuestos a ocuparse de la enseñanza, los esposos Newell tomaron a su cargo el Colegio Anglicano, del que fue Director D. Isaac hasta fines de 1883.



Al año siguiente, decidieron instalar colegio propio; lo hicieron con el nombre de Colegio Comercial Anglo-Argentino, precisamente en el domicilio donde fuera alojado el joven grumete, el día de su desembarco en Rosario, 15 años atrás. La casa, entonces administrada por los herederos de Wheelwright, D. Isaac la tomó en locación, hasta que pudo concretar su compra, con facilidades de amortización.

El colegio fundado por Newell



Como se proponía, al principio, impartir enseñanza primaria, contrató a dos maestras normales, las señoritas Clemencia y Emilia Saint Girons, con cuyo respaldo el establecimiento pudo funcionar y obtener luego autorización para implantar la enseñanza secundaria, mediante su incorporación al Colegio Nacional y a la Escuela Nacional de Comercio, al tiempo que D. Isaac bautizaba su Instituto con el nombre de Colegio Mercantil Anglo-Argentino y completó el cuerpo de profesores con su esposa, con su hija Liliana y Catalina Venzel de Hum (la primera profesora de piano que tuvo el colegio). Esta última lo reemplazó después. Ernesto Benítez, que tocaba, además, admirablemente el violín.



También integró el cuerpo docente el contador Ricardo Edwards, amigo y socio del fundador, quien tuvo a su cargo la enseñanza del álgebra y contabilidad. Actuó, por otra parte, desde el principio, la señorita Catalina Dodd, que luego sería la esposa de Claudio Newell, el hijo mayor de don Isaac y, a la vez, profesor del Colegio. Se incorporaron, paulatinamente Mr. Noolan en la cátedra de inglés; Guillermo Erauquin en la de dibujo; un simpático y pintoresco catalán que enseñaba castellano y a quien todos llamaban, no sabemos por qué, Mr. Frigola; M. Cañet como profesor de gimnasia; y Juan Bautista Hazebrouk, de nacionalidad belga, que dictaba francés, matemáticas y otras materias.



Este último, distinguido y apasionado educador, actuó en el Colegio Anglo-Argentino durante 12 años, desde 1897 hasta 1909, fecha en que se retiró para asumir la Dirección del Colegio Comercial Ibero-Americano, que funcionó hasta 1921 en la calle Santa Fe Nº 1647.



El colegio de Newell era sólo para varones. Además de la enseñanza elemental, se impartía la comercial de nivel secundario. El inglés representaba una materia importante, en uno y otro ciclo. El jueves era el día especial de ese idioma, pues no se permitía hablar sino en la lengua de Shakespeare. El alumno sorprendido conversando en castellano sufría un castigo original: traducir 24 trozos del español al inglés; posteriormente se le entregaba la clave de esas traducciones y el mismo alumno debía efectuar la auto-corrección, con lo cual resultaba que el castigo era provechoso para el infractor.



También se preocupaba don Isaac de la higiene personal y de la religión. En cuanto al aseo, los alumnos eran sometidos a una revisión diaria; por la mañana, debían formar fila y el implacable Director inspeccionaba las manos, las orejas y las pantorrillas. Al descuidado en la limpieza lo sacaba de la fila y llevaba de una oreja, ante la burla de sus compañeros, hasta los lavatorios donde le enseñaba la ubicación de la canilla, de la jabonera y de la toalla. Lo esperaba a que cumpliera con el rito higiénico y luego lo acompañaba hasta reintegrarlo a la formación, junto a sus compañeros.



Su nuera, doña Catalina Dodd, nos contó, hace tiempo: “Mi suegro era muy religioso. Sentábase en la cabecera de una mesa larga, a comer, y desde allí nos daba el ejemplo. Todos, a su imitación, rezábamos, inclinados sobre el plato, antes de iniciar el almuerzo o la cena... Había que mantener la limpieza por fuera y por dentro”.



Los domingos, por la tarde, los estudiantes del colegio eran transportados hasta Arroyito en los tranvías a caballo, lo cual significaba para ellos, una verdadera fiesta, sobre todo por las peripecias del viaje. Según Vladimir Mikielievich, en 1891, el boleto, entre la plaza 25 de Mayo y Arroyito costaba 15 centavos y el viaje duraba, cuando no ocurría nada raro, alrededor de treinta minutos.



Los jueves, por la noche, se hacía tertulia, participando de la misma, profesores y alumnos e inclusos el propio director. Preferentemente se jugaba a la “tómbola”. Su hijo, Claudio, dirigía el juego “cantando” los números en inglés. El premio era un paquete de galletitas “Bagley”.



Entre tanto, los sábados por la tarde y los domingos se practicaba el “foot-ball” en los amplios terrenos del colegio, que la avenida del Huerto y el resto por la plazoleta Suecia. Practicaban con pelotas que conseguían, incluso con alguna de trapo. Como es sabido, allí se formaron jugadores, sobre todo, a fines del siglo pasado, cuando varios alumnos, auspiciados por don Isaac, organizaron un club que, a partir de 1903, se conoce con el nombre de Newell’s Old Boys (Viejos muchachos de Newell).

El glorioso estadio de NOB



Entre sus fundadores, además de don Isaac, figuran su hijo Claudio y los estudiantes José y Atlántico Dianda, Víctor Heitz, Guillermo Renny, Gervasio Colombres, Alfredo Ferrando, los Ortiz Grognet, J.J. Arijón, Frank Martin, Del Valle Ibarlucea y otros.



A todo esto, el colegio poseía su escudo, distintivo que ostentaban sus alumnos en la solapa. El mismo, dividido en cuatro campos, presentaba en la parte superior, a la izquierda y sobre campo negro, las alas de Mercurio; a la derecha, y sobre campo rojo, la lámpara de la sabiduría y, en los campos inferiores, a la izquierda, la bandera inglesa y a la derecha, la argentina.



Los mismos rojo y negro que lució Diego MaradonaAl fundarse el club y a propuestas de don Isaac, los colores rojo y negro se perpetuaron en las camisetas de los jugadores.



Los Newell constituyen así una familia feliz, arraigada definitivamente en Rosario, vinculada con lazos afectivos al colegio que era, además, su hogar. don Isaac viajaba todos los años a Inglaterra, las primeras veces en compañía de Pieroni, su ayuda de cámara, luego con su hija Liliana y después con Margarita, la menor. Aprovechaba para traer novedades pedagógicas de posible aplicación entre nosotros. Su esposa lo ayudaba y estimulaba; con gran fe en su compañero entre ambos remodelaron el edificio, instalaron aguas corrientes, luz eléctrica, plantaron árboles en el patio, cultivaron flores...



Pero, he aquí que en 1899, se extinguieron los días de doña Ana Margarita. Don Isaac no resistió el embate y enfermó de pena; ya no se sintió con fuerzas para conducir el Colegio, y puso su dirección en manos de su hijo Claudio, nacido en Rosario en 1878, entonces bachiller y que pensaba seguir estudios universitarios.



–Ya no tengo interés en la vida –le dijo– he perdido a tu madre, estás de novio, te casás y te ponés al frente del Colegio con Katie. (Catalina Dodd).



En 1900, don Isaac, no repuesto del todo de su dolencia, resolvió hacer un viaje de descanso a su país natal para visitar a sus mayores y en busca de olvido. Cuando al año siguiente regresó a Rosario, lo hizo acompañado de una enfermera inglesa y de «Dash» un hermoso perro, que fue famoso en el barrio por su tamaño, prestancia y bravura.



Con altibajos en su enfermedad, don Isaac Newell falleció el 16 de octubre de 1907, cuando contaba 54 años. Sus familiares, que lo habían visto sufrir larga y resignadamente, recibieron el golpe con dolor, pero con dulce serenidad. Ya en los últimos momentos, el enfermo había pedido que llamaran a Benítez, el profesor de música del Colegio, porque deseaba irse de la vida escuchando los acordes de su violín. Allí estuvo, en efecto, el profesor y amigo, en el instante último, con el corazón estrujado, pero disimulando y moviendo el arco de su instrumento en la ejecución de un motivo musical, que aún medio siglo después, recordaban algunos descendientes de Newell.



Claudio fue, como hemos dicho, un digno sucesor de su padre. No sólo la dirección del Colegio y presidió el club de fútbol varias veces, sino que ocupó altas posiciones públicas. Tenía 27 años en 1905, cuando se graduó de abogado rindiendo exámenes en la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad de Buenos Aires.



Su nieta Violeta nos ha contado cómo bajo la conducción de Claudio, cuyo deceso ocurrió en Rosario en 1941, el colegio intensificó sus actividades sociales y culturales.



“Yo era muy pequeña, entonces, pero recuerdo aún que eran notables las fiestas que se organizaban en el teatro Olimpo; en los programas se incluían coros y orquestas de alumnos, dirigidos por el profesor Romano. Se había formado un cuadro filodramático, y hasta representaron una vez la ópera “La Cenicienta”, con vestidos de época, que confeccionaba mamá. Entre los muchachos que actuaban en el escenario recuerdo a Elpidio González, que llegó a ser vicepresidente de la República”, rememoró.



El doctor Claudio L. Newell fue intendente municipal de Rosario desde febrero a mayo de 1921 y diputado nacional por la provincia de Santa Fe en el período 1924 a 1928. A continuación lo designó el presidente Marcelo T. de Alvear, administrador general de Impuestos Internos.



En 1928 el doctor Newell dejó la dirección del colegio y posteriormente vendió el edificio al gobierno nacional, durante la presidencia del general Agustín P. Justo, para instalar allí el Colegio Nacional Nº 2. El monto de la transferencia ascendió a $ 320.000, cantidad exigua de la que debió deducir los gastos en mejoras que quedaron a su cargo, entre ellas la remodelación para poder habilitar un salón de actos. La operación fue facilitada por la mediación del doctor Miguel J. Culaciati, entonces intendente municipal de Rosario.



El edificio, con sus reformas concluidas, fue habilitado para sede del actual Colegio Nacional Nº 2 “Gral. San Martín”, el 7 de julio de 1939.



Visitar el establecimiento de hoy y recorrer sus patios y galerías, es recordar un poco la historia educacional de Rosario a lo largo de casi un siglo y, de paso, evocar la gesta de los fundadores y profesores del viejo Colegio de Newell.

gentileza: www.rosariodehistorias.com.ar/protagonistas.htm