Las memorias del Viejo Mercado
Durante medio siglo la actual plaza Libertad y sus alrededores fueron eje de la principal feria de frutas y verduras de la ciudad de Rosario. Ex comerciantes y vecinos reviven una cultura creada en torno al arduo trabajo de quinteros, puesteros, medieros y changarines.
"Y para qué vamos a ir al teatro si a los personajes los tenemos aquí?", se preguntaba, con razón, Augusto Gotardo Cambiaso, un genovés que tenía el bar, restorán y hospedaje homónimo con su cuñado José, en Pasco 1136 y 1134, frente al viejo Mercado de Abasto, ese ícono que marcó a fuego la historia del barrio transformado en una Pequeña Italia, donde predominaban los genoveses y los sicilianos.
Enclavada en el cuadrado mágico de Pasco, Sarmiento, Ituzaingó y Mitre, la principal feria municipal de verduras, frutas y hortalizas funcionó desde 1918 hasta el 12 de enero de 1969. Con un ritmo febril durante casi todo el día y hasta parte de la noche (de 5 a 10 y de 14 a 18), le otorgó una fisonomía propia al barrio que lleva su nombre, según la ordenanza aprobada en diciembre del año 2004, propuesta por la Vecinal Solidaridad Social.
"Los quinteros venían con el delantal canguro y sacaban los bollos de billetes del bolsillo delantero y se los daban al empleado del Banco Municipal, que funcionaba junto a la administración del mercado, en el centro. Pero ni la contaban y le decían: «¿Me la deposita y mañana me dice cuánto hay?»", sorprende Néstor Cozzi, hijo y sobrino de Domingo y Héctor, que tenían un puesto de bananas por Sarmiento, al lado del bar Cívico.
"El mercado funcionaba como una bolsa de comercio. Había que saber vender la verdura porque, si no, se te pudría. Los puesteros te mandaban a mirar la mercadería y a escuchar los precios de la competencia. Una fruta muy difícil de vender era la frutilla porque había mucha, era cara y se te picaba enseguida. Yo era un pibe y un día vendí un cajón de frutillas. No sabés cómo me felicitaban", recuerda Antonio Di Gregorio, cuyo padre homónimo tenía una carnicería en Pasco 1090 y luego un piso donde vendía ajo en el Abasto.
Como si el Abasto hubiera tenido el destino escrito de su antecesor -que funcionó en la actual manzana de los Tribunales Provinciales entre 1856 y 1918-, el mercado fue mudado en 1969 al actual predio de bulevar 27 de Febrero y San Nicolás, por un lado, y al de Fisherton, por otro, a raíz de las quejas de los vecinos, según rezan las crónicas de la época, en las ediciones de La Capital y otros diarios rosarinos, desde 1932.
"¿Tenés ranas? Esta noche somos doce". Desde la vereda de enfrente el Gringo Gastaldo, que tenía un puesto en el mercado, le preguntaba el menú y le hacía una reserva a su paisano, el dueño del viejo Cesarín, el tradicional restorán de Sarmiento e Ituzaingó. Perdón: Ituzaingo, como todavía le dicen los vecinos de antaño.
Luis Tebai, sólo reconocido como Gino, era un tano de Parma que fue mozo del mercado, pero fundamentalmente fletero. Arrancó con un Chevrolet 35 y terminó con un Reo 42, una marca que le caía pintada al Abasto, como si las casualidades no existieran. "Pero nadie lo conocía por el nombre: acá era Gino para todo el mundo", advierte el Barba, su hijo.
El Abasto era una generosa construcción de paredes de material de 45cm, techos de estructura de hierro y chapas de cinc, y puestos exteriores identificados con chapitas azules con los números blancos esmaltados, como los de las casas, y el nombre del comercio pintado sobre la persiana del frente.
El mercado estaba atravesado por un par de calles empedradas paralelas, que corrían de Pasco a Ituzaingó, y por otra que lo hacía entre Mitre y Sarmiento, más una segunda arteria que entraba por Mitre, pero que sólo llegaba hasta el centro del predio.
Ocupaba casi toda la manzana, excepto una gran parte de la cuadra de Sarmiento donde habían quedado inmuebles particulares transformados en puestos que eran alquilados y algunas casas de familia, como las de los Siciliano, Tuoto, Gavilán y Bilbao.
"Mitre corría hacia el sur y Sarmiento hacia el norte y los autos estacionaban a la izquierda porque tenían el volante a la derecha, de la época de los ingleses. Por Mitre pasaban el 7 y el 18, los tranvías que a veces tenían que esperar que corrieran los carros que estaban parados sobre la vía", advierte Jorge Luis Gavilán, hijo de Luisa García, una partera malagueña que en 1934 vivía en Sarmiento al 1900.
"A la tarde bajaban el precio de la verdura para no clavarse", advierte Di Gregorio. "Y los días de lluvia valía más cara porque sacaban menos", completa Cozzi. En la playa central comercializaban la verdura, que los quinteros de nuestra ciudad y la zona traían en carros, chatas (carruajes sin barandas) o camiones, y donde cada mediero alquilaba un piso: su lugar contratado a la Municipalidad. "El mediero recibía la verdura y la revendía porque el quintero no podía hacer todo", informa Norberto Sola, más conocido por su apellido materno, Campilongo, cuyo tío Orlando comercializaba bananas en el puesto Nº18, situado en Mitre casi Ituzaingó.
Los puestos exteriores comercializaban frutas u hortalizas, tenían cuatro metros de frente por seis de fondo, entrada y salida externa e interna, y algunos contaban con sótano, donde los bananeros maduraban la fruta con calefacción a gas. En Sarmiento e Ituzaingó estaba el puesto del bananero Gastaldo -tío del Barba Tebai-, Tito Di Pinto, el bar Cívico, Domingo y Héctor Cozzi -padre y tío del Nolo, uno de los memoriosos del Abasto-, Pisani, Da Silva, Rúa, la calle interna, el club Pleamar, la peluquería de Juan Vinciguerra y los puestos de Hilario Manso y Gassolla.
En Pasco y Sarmiento estaba el cebollero Labombarda y por Pasco seguían Canela, la Cooperativa de Quinteros, Gramegna, la calle interna, Tadeo, Lamolla, Cellamare, el restorán genovés de los hermanos Parodi, y Angel Leonardo Gavosto, la conejera de los Di Palma (tenía once varones), Di Gregorio, Galli, Rullo e hijos y el bananero Pascual Guida.
Por Ituzaingó desde Sarmiento se alineaban los puestos de Gironacci, Capello, la basurita (el depósito de residuos del mercado), Senatore, la calle interna y los puestos de Pastinante, Serón, Hilario Manso, Frutafres (de Budacci), Romero, el otro portón, Damiani, De Gaetano y Pafundi. Y en la esquina de Mitre e Ituzaingó se situaban los puestos 20, 21 y 22 del bananero Luis Manso. Por Mitre seguían los bananeros Vernier (19), Campilongo (18), Primo Montecchiari (17), Matta (16) y Vicente Manso (15), separados por la calle interna de Termini (14), Pauletti, Muzzolón, Plá y Cía, Speciale y Miadonna, el otro portón, Alessandría y Ferrari, Piazza, el bar Félix y Di Pinto.
Y entre las calles internas que daban a Sarmiento e Ituzaingó surgió Pueblo Nuevo, el ingenioso nombre que le pusieron a una serie de locales agregados.
Cafetín del Abasto
"El Abasto era un mundo muy especial", define Colombina Cambiaso, la hija y nieta de los dueños del hospedaje homónimo. "Alrededor del mercado había una gran cantidad de comercios como bares, restaurantes y hospedajes, así como almacenes, semillerías, canasterías y peluquerías, que trabajaban con la gente del Abasto".
Un clásico del mercado eran los bares y restoranes, algunos con hospedaje. Viejos cafetines con despacho de bebidas en el mostrador y mesas de billar y casín y canchas de bochas, como el bar Cívico, el café del club Pleamar y el bar El Luchador.
Por Ituzaingó casi desde Sarmiento había cuatro bares: el de Juan Bautista Coniglio, el café Huracán, el café Ituzaingó y el de Graziadío. "El Ituzaingó era más bacán, igual que el Huracán, que estaba casi esquina Sarmiento, pero el de Graziadío, que quedaba hacia Mitre, era el boliche de los crotos. Ahí se juntaba el crotaje del mercado. Graziadío era el mozo y el boliche tenía esos muebles oscuros", recuerda el Petiso Campilongo.
En la ochava sureste de Pasco y Sarmiento abría sus puertas el café Catalano. "Y por Pasco, frente al mercado, estaban el bar de Elías Galli, a mitad de cuadra, y el de Raneri, al lado del almacén de Giamugnani, en la esquina de Sarmiento", rememora el relator Domingo Benevento, que jugó de wing izquierdo en Pleamar, el club del Abasto.
Un párrafo aparte merecen los almacenes de entonces: viejos bodegones que tenían de todo, hasta despacho de bebidas con mostrador de estaño y cancha de bochas, y donde casi toda la mercadería se vendía a granel. Si parece ayer cuando la despensa contaba con la infaltable fideera, un viejo mueble de madera con cajones de frente vidriado; las bolsas de harina, yerba y azúcar; la encantadora máquina de bronce de moler café, los imperdibles barriles de vino, las encantadoras botellitas de Chinchibira -que tenían como tapa una bolita de vidrio con una birola de goma- y los cajones con latas de aceite de oliva.
Entre los almacenes se destacaban el de Aurelio Giamugnani e hijos, en la ochava noroeste de Pasco y Sarmiento, los mayoristas de Arturo D'Antonio y de Lande, en las ochavas sureste y suroeste de Sarmiento e Ituzaingó; el almacén mayorista de Felipe Martínez, en la ochava noreste de Pasco y Mitre, y el de don Fidel, por Ituzaingó entre Mitre y Entre Ríos, en la vereda sur. "Allí nos servíamos vino del barril cuando teníamos 12 años y comíamos unas inolvidables picadas de salame y queso, que don Fidel -un hombre callado y con los párpados caídos- cortaba en el momento y te servía sobre papel estrasa. Y me acuerdo de que las mesas eran de tapa lustrada y les había pintado las patas de azul", recuerda el Petiso Campilongo.
Entre las semillerías sobresalían las de Ghiglino y Costa, por Pasco, la de Luis Ansaldo, por Ituzaingó, y otra por Mitre.
El Abasto tenía su propio mercadito: venía todo tipo de carnes y lácteos, en puestitos de feria ubicados en la ochava de Pasco y Mitre. Allí estaban los chancheros gallegos, "que eran hermanos, uno petiso y otro lungo", "el gallinero que tenía las gallinas vivas, vos elegías una y la revoleaba y le estiraba el cogote" cuenta Campilongo- y la pescadería de los Del Canto, "donde los caracoles se escapaban de los cajones de madera", confía Mingo Benevento, cuya familia tenía un depósito de ajo en Mitre 1861. "Mi papá me llevaba a la quesería del mercadito cuando yo era una nena y el quesero me daba de yapa un vasito de vidrio con dulce de leche", confía Yolanda Cambiaso.
Una peluquería por cuadra
Otra postal del espíritu del Abasto eran las peluquerías, al punto que había una por cuadra: la de Muzzolón, por Pasco; la del Petiso Amílcar Ariotti, por Mitre, entre el hospedaje del Portugués y el bar El Luchador; la de Don Antonio, por Ituzaingó, entre el bar de Coniglio y el café El Huracán; y la de Juan Vinciguerra, situada en el mercado, por Sarmiento, cerca del club Pleamar. "Yo era un pibe que miraba por el vidrio de la peluquería y del café Pleamar y me llamaba la atención cómo preparaban la crema de afeitar en Vinciguerra y cómo jugaban todo el día y toda la noche al billar y al casín en el club", cuenta Di Gregorio.
"Los quinteros leían el diario bajito porque si lo levantaban se los rompían a papazos o se los quemaban. Y se sentaban en un cajón de fruta vacío puesto con la boca hacia adelante porque, si no, desde atrás se los llenaban de papeles y les prendían fuego", se ríe el Nolo Cozzi, como un chico.
Otro país y hasta otro mundo por donde se lo mire. El Gringo Gastaldo acostumbraba a invitar a sus amigos a cenar ranas al Cesarín o directamente compraba un enorme corte de carne en el mercadito y compartía en su casa y con sus amigos del Abasto su menú favorito: costeletas con huevos fritos para todos.
El Abasto era una Pequeña Italia. Un mundo de la cultura de los quinteros e inmigrantes que tejieron un denso entramado entre el duro trabajo de la tierra y las agotadoras y afiebradas jornadas del mercado, que comenzaban a las 5 de la mañana y terminaban bien entrada la tarde, y que generaban un gran movimiento económico, del que vivían numerosas familias. Increíble pero real, cualquier visitante que no peine canas o que venga allende Rosario no podrá enterarse de que en la plaza Libertad y sus alrededores existió un mundo propio de una película de Ettore Scola: el cuadrado mágico del Abasto.
Fuente: La Capital
Fotos: 28-06-2015
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